ENRIQUE
Enrique mira el jardín con un dejo de tristeza. La maleza está sepultando las flores. Habrá que llamar al jardinero. De pronto recuerda que no vendrá. Ese hombre es casi tan viejo como él y también debe quedarse en la casa, en cuarentena. Esta pandemia irritante se enamoró de la muerte y parece preferir a los viejos y desvalidos. Y por lo visto, también al jardín.
Se encoge de hombros y entra a la cocina.
Cierra los ojos, como lo hacía de niño, tantea las paredes y recorre la casa de memoria. Todo está en el lugar acostumbrado. Como lo dejó María. Como le gustaba a María. Si no hace trampas, si no espía, tal vez ella venga a jugar con él.
El timbre del teléfono acaba con el juego. Debe ser el hijo. Enrique sonríe.
-Hola, papá. ¿cómo estás?
-Hola, Oscar. Estoy bien. Recordaba a tu madre, que todo está igual como lo dejó ella.
-Hace diez años que mamá se fue. No te hace bien mantener todo igual. Podrías cambiar algo... no sé... la tele...
-No, no, Oscar. Me gusta así. Y la tele, jamás la enciendo. ¿Para qué? ¿Para ver que la pandemia avanza? ¿Para ver muertes? ¿Robos?
-Mirá películas- lo interrumpió Oscar, molesto.
-Prefiero el silencio, hijo. Vos lo sabés.
-El silencio amenaza a los seres humanos, papá. Los vuelve locos.
-No, hijo- lo que amenaza y te vuelve loco es la pandemia.
-Los chicos te extrañan. Cuando esto pase iremos a visitarte.
-Dale muchos besos míos a mis nietos. ¡Ojalá esto termine pronto! Y puedan venir no solo una vez al año.
-No empieces- Oscar se irritó- Hago lo que puedo con el poco tiempo que tengo. Esta pandemia no te deja pensar. Te llamo la semana que viene. Cuidate. Y no salgas. A tu edad es más peligroso el contagio.
Oscar cortó. Se quedó mirando el aparato. Suspiró y colgó. Miró el televisor permanentemente mudo. No le quiso decir que estaba descompuesto. Seguro le enviaría uno de esos televisores ultra modernos que a Oscar tanto le gustaban. Este muchacho, pensó. Tan torturado con la falta de tiempo. Se había olvidado de pedirle que se cuide, que la peste no elige a quien atacar y Oscar estaba muy expuesto en el hospital.
Enrique prefirió no pensar en desgracias. Cerró los ojos volviendo al juego.
-María, María ¿dónde estás?
María sonríe desde el retrato colgado en la pared de la sala.
GRACIELA BROWN
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