Luca y el planeta nada
Ella es hermosa como la luna llena pero su mirada parece un televisor apagado.
Se la encuentra en la noche. Anda con uno y otro. No sabe lo que quiere pero lo quiere ya. (Tampoco sabe quién escribió esa frase).
Los tres últimos libros que compró y dejó antes de la página treinta estaban incluidos en las listas de best sellers. Tiene más pares de botas que libros.
Se la ve en la noche y también se la oye. Nada de lo que dice dice nada. Ignora el significado de las palabras otoño, revolución, amor, calandria, Lennon, whisky, sociedad, crepúsculo, cebolla, dulzura y democracia. Parece lo que es. Pero igualmente engaña.
(Brilla de manera involuntaria porque una luz quedó viva a pesar de su vida. Es una luz anterior, interior. Morirá pronto y ya la estoy velando).
Cada vez que pasa ante mí, miro lo que pudo ser. Pienso en lo que debió ser y dejo de pensar porque duele.
Ella es hermosa como la lluvia de verano. Pero su mirada es un televisor que alguien apagó para siempre.
***
Todo ha terminado salvo escribir
Y ahora es el momento
de hundirse en el túnel de los días,
de recorrer la extensión desolada
en que se ha transformado la ciudad
y morder papel de aluminio, beber
gin puro en la noche
para olvidar la férrea soledad
de quien conoce la última respuesta
y no ignora el único sentido
de respirar miserablemente
en la salvaje destrucción de toda luz.
***
En estos días
En estos días el fin del mundo se ha vuelto cotidiano.
Mi cuerpo proyecta la sombra de tu cuerpo. El hueco que dejaste en la cama no puede ser ocupado.
En estos días ando de la mano de mí mismo. Camino solo y la ciudad me abraza. Ella me conoce. Y entiende.
La copa se abre como un abismo suave, en estos días. Caigo en ella dulcemente.
Los libros y el cine son un refugio precario, en estos días. No me salvan de la lluvia que se filtra a través de los agujeros de la soledad. Mojado, sigo leyendo, viendo viejas películas.
En estos días los días se cuentan uno a uno. Uno tras otro. Se espera que al pasar se lleven con ellos lo que ellos mismos una vez trajeron: el amor y la ilusión del amor.
En estos días se intentan justificaciones, explicaciones, argumentaciones, soluciones.
No se consigue nada.
En estos días viene bien la frase de Baudelaire: “Yo soy la herida y el cuchillo”.
En estos días no hay fuerzas ni siquiera para la desesperación. Se anda sólo por inercia, en arranques de furia hueca, de convicción vacía, de valentía idiota.
Quién sabe qué vendrá. Qué importa.
Afuera, como siempre, espera la noche.
***
El otro
No sabremos más dónde está el otro
ni tampoco dónde yace (vivo
o muerto). No sabremos más si ríe
o llora, o piensa en uno:
no sabremos nada
excepto lo que cuenten los terceros. Ya no sabremos más, por ejemplo, si tiene
jaqueca o si ha bebido
demasiado. Y si tuviera fiebre,
ya no le haremos té. El otro, desde ahora,
será apenas otro, cuando antes
era casi nosotros, simplemente la razón
para existir. El otro, desde
ahora y para siempre, será uno
menos en la vida, otro
más que ya
no veremos y no importa. Será ninguno.
***
La que se fue
No podías confrontar
con mi espíritu salvaje, con mi gran
mordida visceral de orilla a orilla.
Y no podías
acostarte con mi deseo, beber
vino conmigo, habitar
los sueños con tu carne.
***
La ciudad de los amores perdidos
Esta ciudad donde no aparece nadie
Donde los hombres han huido de sí mismos
Para perderse en el dinero
Donde los árboles crecen al revés
Y el cielo bajó para matarse
Pero fracasó
Como yo en olvidar tu boca mojada
Esta ciudad donde no aparece nada
Bajo el cielo condenado a mirarla
Donde yo te amo sin límite
Es la misma donde estoy
Donde me hundí
En la noche implacable en el alcohol inútil
En la vida
(Esta ciudad donde me das la espalda
Donde los perversos son recompensados
Donde todo azul se agrisa y cada piel
Se agrieta
Esta ciudad al fondo de los mundos
Donde ya ni siquiera te saludo)
Esta ciudad me habita más que yo a ella
Soy su presa y también su prisionero
Soy su hijo a pesar de haberla parido
Y mi cuerpo busca una sombra propia
No tengo casa salvo tu ausencia
Amor mío amor mío amor mío
Esta ciudad no espera que siga vivo
No quiere que hable ni te encuentre
Te aleja día a día de mis manos
Y me cierra cada puerta y tus piernas
Esta ciudad crece donde me ausento
Y late en las antípodas de mi corazón
Esta ciudad sin embargo es la mía
Aunque no sea mía sino ajena
Toda de tu cuerpo y esas voces
Que no dejan de decir que nunca
Podré huir de aquí ni tenerte aquí
Que aquí moriré y con eso
Ya tengo bastante.
***
Iguales
En todos los países son iguales.
No se distinguen el uno del otro porque no llegan a ser uno, ni otro.
En sus ojos sólo brilla la luz helada de la soberbia.
Siempre se apartan: quieren apartarse. La separación de los demás es, para ellos, más
necesaria que el aire.
Miran todo desde arriba, con altivez congénita. Y cuando miran, miden. El cálculo es su
estado natural.
Tienen subordinados o sirvientes, pero carecen de compañeros. (El sentido de la palabra
compañero les es desconocido: ellos no están para compartir, sino para tomar. Para
destruir, o para ser destruidos).
•••
En todas las ciudades son iguales.
Afirman que la inseguridad los obliga a ser más injustos y crueles de lo que ya eran.
Que las cosas no funcionan bien en el país, que el pueblo está cada vez peor, que no se
puede andar por la calle y los maestros piden salarios excesivos. También dicen que los
jóvenes no respetan a nadie. Aunque ellos no dieron ejemplo de respeto cuando
aplaudían los golpes de Estado, justificaban la desaparición de personas y aseguraban
que la tortura era un invento. Ellos sólo respetan el dinero. En algunas épocas (lejanas)
producían ocasionalmente vástagos cultos. De sus filas retrógradas supieron surgir un
Borges, cierto Bioy, Silvinas y Victorias. Ahora, ni eso. Ellas se limitan a broncearse en
Punta del Este, ponerse tetas, hacerse un lifting o ir de shopping. Ellos van de putas,
compran autos o juegan golf. Los libros han dejado de ser elegantes.
•••
(Mientras escribo esto, en un bar montevideano, tomo cerveza. Tomo cerveza porque el
mozo me dijo que ya no se vende más vino suelto. “Atrae a los borrachos”, dijo. Y yo
pensé: “A los borrachos pobres, quiso decir”. Porque ya ni boliches les dejan a los
pobres. Ni siquiera un lugar donde beber en compañía).
•••
Siempre fueron, son y serán iguales.
Dicen que lo que tienen es suyo, pero es nuestro.
Piensan que son mejores. Y lo son, en lo incalificable.
Son dueños de casi todo, pero quieren más. No sólo más: mucho más.
La verdad, la belleza, el amor, la fraternidad y la alegría les importan menos que su
tarjeta de crédito.
Creen que Dios está de su parte. Y es cierto.
***
Alrededor
Los seres blandos, los espasmódicos, los gelatinosos.
Los seres sin rumbo, destino ni vocación, los gregarios, los profanados.
Los migratorios, los inestables, los consumidores, los momentáneos, los frívolos. Los
promiscuos. Los mínimos. Los que no tienen casa en el alma.
Los que carecen de núcleo, los que nunca pusieron un huevo. Los que no riegan día a
día el malvón, ni conversan con el romero.
Los que no saben ser, no quieren saber ni pueden querer. Los contaminados, los
evitables.
Los que olvidaron cómo caminar, los que no son capaces de ver, los que confunden
tener con tenerse. Los que abundan e invaden. Los que no significan.
Los que se reproducen sin sembrar, los que se propagan sin engendrar, los que hacen el
amor sin que el amor los haga.
Los temibles, los destructores, los vacíos. Los que fueron despojados de sí mismos en el
abismo del mundo.
***
La realidad es de derecha
Los pobres quieren mano dura. Son machistas y autoritarios. Y se pasan los días viendo
televisión.
Los ricos ya no producen cachorros revolucionarios, sino prolijos clones de sí mismos.
Los obreros son patronales. Y las patronales, también.
Los dueños del dinero pueden comprar la belleza, pueden comprar el tiempo, pueden
comprar el poder, pueden comprar el mundo. El mundo entero está en venta. Sobre
todo, la clase media.
La esperanza espera lo que nunca llega. La revolución nombra lo que no existe. Dios
gobierna y el cuerpo acata.
Nadie sabe nada, y eso va a empeorar.
Los sueños, sueños son. Pero el que se va sin que lo echen no vuelve sin que lo llamen.
Todo va mejor con Coca Cola.
Y vos jamás me vas a llamar, amor mío, por más que yo sueñe con eso toda la vida.
***
SEBASTIÁN RIESTRA
Nació en Rosario en octubre de 1963. Es poeta, escritor y periodista. Su obra explora el amor y el desamor, el erotismo, los espacios urbanos y el turbulento pasado político argentino.Tiene siete libros publicados: El ácido en las manos (1991), El porvenir de los muertos (2002), Clitoriana (2003), Romero (2004), Lunita rosarina (2010), Rémora (2015) y La muerte duplicada (2019). Textos suyos están incluidos en la antología de la poesía rosarina La única ciudad, (1992); Autopista, volumen que reúne a escritores de Córdoba y Rosario (2010); La Plata Spoon River (2014), y Las cosas tienen movimiento. 40 años de la Trova Rosarina (2022).
Se desempeña como prosecretario de redacción en el diario La Capital, donde también fue editorialista y editor del suplemento Cultura y Libros.
Ha participado en numerosas lecturas, coordinado ciclos y dictado talleres en su ciudad y todo el país. Intervino, entre otros eventos, en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, el Festival Internacional de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires y el Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México. Integró el staff de las revistas literarias Facundo (Rosario) y El Jabalí (Buenos Aires). Actualmente es uno de los directores de la revista cultural rosarina Barullo, que aún se edita en papel.
Estos textos integran La ciudad de los amores perdidos, libro que está en prensa y será publicado de manera inminente por Homo Sapiens.