Poemas sin título
Lo monstruoso
fue oler amor debajo de tu olorcillo a hiena
Gonzalo Rojas
M.V.A
La noche limpió su féretro con tu alma rota,
la madrugada te vistió de gris
y te obligó a protagonizar su concierto de bóvedas y velas antiguas.
Sola en la cáscara estás,
desgarrando vísperas donde capitula todo amor. Hablé de vos en mis poemas.
Quise decirte con cascabeles
pero mis palabras fueron mórbido arrastrar de objetos desdichados.
Falaces versos. Llaves sin puerta.
Crecieron como sonidos oscuros en mi garganta,
imposibles de entender
por la lluvia indecisa que cae sobre mi cabeza
y no termina nunca.
Hoy hablo sobre tu alarido en la comparsa de sombras.
Hablo sobre ensamblarte en mi interior
de manera en que te conviertas, quizás, en un ocaso.
Estériles pensamientos transmutan y algo en mí reclama suyo
un ramo de luciérnagas.
Pero vos
ahora debes estar como sordo marfil,
explicando tu himno de hojas marchitas
a quien sea que pase y te mire con pena o asco,
con días negros a la espalda,
envidiando la suerte de esos alhelíes podridos por el otoño.
Y es que tus alas de mendiga estremecen,
esa sonrisa amarilla, descascarada,
hace huir a quienes caminan mi sangre
pisando sus monstruos de venas, sus casas rojas.
Sos de una lastimosa sinfonía de vidrios y agua sucia.
Nada importa ya:
si te revolcaras en la nieve
la única forma que haría tu cuerpo sería la de un revólver. Ni en vos misma es posible encontrarte.
***
Soy polvo en el festín de las pieles rotas,
me alimento de aceite derrotado,
de distancias sin sonido,
pertenezco a la parte sucia de la sangre,
a manojos de arcilla en proceso de derrumbe,
y mi ser de esencia caída
deja un reguero de jeringas y palomas huecas
al atravesar los muebles de mi casa.
Será tal vez por el ladrido de las gárgolas
que miran las alcantarillas desde los tejados.
O por el óleo secreto del agua que nunca duerme.
O por el diminuto niño azul
que deambula los valles de la noche.
Esta correntada se ha llevado los pesebres,
vaciado mi tabaco,
es un sentimiento oscuro me respira, me supura
hasta la parálisis, hasta las raíces.
***
Todavía es temprano en la nieve y la ceniza
por eso te angustia
ese barajar de Cristos en la niebla,
porque todavía es tan temprano
que la lágrima es solo muro y puñal.
Están blindados la almendra y el cerezo.
Los rancios péndulos de los días reparten su fuego roto.
Mi amor, aún
es muy temprano:
solo los vidrios oscuros en el aceite,
solo los puños contra el cristal de la medianoche.
Dame reposo
en esta galería llena de herraduras que queman.
Mi vida es una lámpara ardiendo para nadie.
Mi vida es un siglo de alacranes al acecho
porque, al momento, es muy temprano
para este azar de sombras en el humo,
en las calles mentidas
de un mediodía sin voces.
Soy
retrato de agua trasnochada, sin trigo,
un vino ciego con olor a verdugo porque no,
no es la hora
del color que trabaja en secreto tras el alba.
Ahora: el cañaveral del gemido,
el rayo que triza los aguaceros,
el licor de aspecto moribundo.
No quiero entonces tus carcajadas de algodón,
ni los roces del letargo,
siempre será temprano para olvidar
de una sola vez
todos los nombres del precipicio.
***
Ay, pétalos de Bangladesh.
Ay, escorpiones en ríos de sal húmeda.
Ay, sueños rotos, peces recién inseminados.
Rosa pálida con la espalda desnuda.
Hospitales de gotas de alfiler. El otoño vive en los desvanes,
clavicordios se pudren en la niebla.
Ay, escritura de mundos aparentes.
Ay, puertas cerradas en el amor. Ay, dulces labios teñidos de tinta.
En el semblante del camello
se tambalea el silencio de las iglesias.
En el silencio de las iglesias
se guarda el humo de los sedientos.
Ay, cristales heridos de Moscú.
Ay, hombros descubiertos sensualmente.
Ay, desierto buscando su rostro.
***
Retrato de mi generación
Sólo conocemos el magro óleo
de venir al mundo con un origen de casa vacía,
insomnes, en regiones de arpas rotas,
arrodillados ante los andrajosos nombres de la tormenta.
Llegamos del infarto de la rosa
con nuestra ausencia (coro de muros),
con llagas construidas alrededor de la noche,
de la mano a ahorcados que pueblan el trébol
mientras las cosas se oscurecen para tocar su vacío.
Con nuestras lágrimas afilan gritos,
nos perdemos en siglos de alhelíes desmoronados.
Caemos
desde un ramillete de clavos a una ración de cementerio,
perros de sombra y sombras de perros nos persiguen.
Enfermos de escarcha,
rodeados por papeles inhóspitos
y conspiraciones de objetos sin nombre,
nos llaman la náusea de las herencias;
nuestros padres tienen olor a pólvora.
En el colegio
aprendimos la partitura de la hojarasca,
a lidiar con naufragios de ciegos pergaminos,
a escalar las fisuras de otros tiempos
y quemarnos a medida que entramos en un sueño más profundo.
Entre enjambres de espejos vacíos
somos cardumen de pianos descascarados,
arañas tejiendo en las esquinas de los moteles
a espaldas del derrumbe.
Al tiempo que crece el insomnio en forma de lienzo débil,
envejece el latido de nuestra sombra
y sonreímos
en este tiempo sin Hombre.
***
AGUSTÍN MAZZINI
(Buenos Aires, 1993) ha publicado los libros de poesía El cielo no termina de quemarse (suri porfiado, Buenos Aires, 2017), Poemas de Rue Parthenais (Difácil, Valladolid, 2021), El perfume de la flor tatuada (Eolas Ediciones, León, 2022) y los volúmenes "Su corazón una moneda" (Aguacero Ediciones, Tucumán, 2021) y "Las edades de la lluvia" (Pinap Editora, Buenos Aires, 2024). Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional “Bustriazo Ortiz”Para Jóvenes Poetas, el XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos” y el III Premio Fundación MonteLeón de Poesía Joven. Finalista del I Premio Hispanomericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel”. Fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en Montreal.
Condujo el programa online de poesía “Puentes de papel” y ha ofrecido conferencias sobre poesía y participado de festivales nacionales e internacionales.
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