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CLAUDIA MAGLIANO


El aljibe escupe el agua esa que hemos de beber dijiste

no otra de río o estanque porque la noche trae muertos a la superficie 

y en la mañana parece que

ya no quedara nada sin embargo 

hay restos de piernas y brazos flotando allá más lejos cerca del molino

y no los vemos

la vida comienza justo en la puerta de tu casa 

en el galpón donde se alinea la lana del rabo de las ovejas que cortaste a fuego

chilla y aúlla el ganado res cabeza molida a golpes o de un solo tiro

pac

seca es la muerte de los animales es seca y muda 

muda muda no dicen nada los animales no cuando los matan

se dejan ser presa sabrosa ah hoy también comeremos tierna carne de oveja 

y mañana la alfombra de cuero acariciará mi piel delante de la estufa

y haremos leños con el monte y haremos el milagro de la noche/ sin muertos flotando en el río porque no los vemos /la vida comienza en la puerta de tu casa comienza /sí así dulce es la tarde cayendo sobre los campos.

Res, Ático ediciones, 2010

***


Emigrar como los insectos verdes azules que golpean el aire entre las páginas del libro/ emigrar más allá de la urdimbre del alambrado/ de la urbe del ojo calcinado de la vaca por el sol por la lluvia ácida que hiere de cerca la mirada/ ser un animal de tropilla un animal que podría ser fiera y no lo es que podría ser selva y no lo es un animal domado como un gato o un pájaro en su jaula cantando quién sabe qué lamentos/ las arañas y las moscas son más libres/ cuanto más pequeña es la forma más libertad para emigrar y si se tiene alas mejor/ el miedo es proporcional al tamaño no es posible darle un marronazo a una hormiga a una vaca sí hay más espacio para no errar el golpe.

Res, Ático Ediciones, 2010

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Comemos carne todo el año viernes santo cuaresma herejía/ muerte al ganado impreso con fuego/ un lote de corderos se exhibe en las vitrinas frías de los supermercados una pata de cabra/ abracadabra la muerte del ganado es mágica porque no la vemos como aquellos muertos flotando en el río no la vemos y tragamos una y otra vez tragamos ni la sangre se salva de caer en el vacío para volverse espuma roja disecada por el aire no queda ni un solo resto nada salvo el rabo de las ovejas que nadie quiere/ hay ciertas cosas que no se comen/ agradecer al señor este alimento no el viernes santo no cuaresma herejía/ hoy morirá aquella vaca. No lo sabe.

Res, Ático Ediciones, 2010

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Nos fuimos quitando la luz de los ojos.

Todo lo que habíamos visto no era nada más que la forma de la nieve.

Nunca dejamos nuestra huella camino a la montaña

nunca pudimos tocar el frío, sentirlo en las palmas de las manos como otras cosas sí se sienten

algo más delicado todavía

algo más suave que ese frío estático por donde se deslizan los inviernos

unos tras otros

como los pequeños pájaros de Dante que van cayendo tras de sí ante el llamado

implacablemente caen 

pesan más que su propio cuerpo

algo los empuja hacia la Estigia

donde Caronte espera

a punto de zarpar. 


Nos quitamos la luz de los ojos como si fuera un manto

entonces pudimos ver la nieve

pudimos tocar ese paisaje blanco por los siglos de los siglos dibujado para nosotras

que solo habíamos vivido de los cuentos 

y no conocíamos más que el tejado por donde iban las niñas 

masticando el corazón de las ciruelas. 

El corazón de las ciruelas, coedición Civiles Iletrados- Ático Ediciones, 2016

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¿Cuántas veces quisimos escalar esa montaña?

Me habías prometido una casa en la cima. 

Íbamos a vivir adentro de la nieve. Íbamos a leer todos los libros. 

Eso me habías prometido. 

Eso dijiste cuando lloré por primera vez. Cuando por primera vez sentí que el alma o el espíritu se me desgarraban y no podía retener la sangre. Era como la sangre de San Sebastián sobre su torso pálido o como las manchas que dejaban las uvas cuando estallaban. 

No podía retener la sangre ni el llanto. No quería que me dejaras en medio del sueño como si yo fuera un paisaje abandonado donde los árboles se perdían en la niebla. 

¿Cuántas veces quise escalar esa montaña? Aunque la piel se me abriera al intentarlo. 

Aunque no supiéramos cómo es el frío ni cuánto frío cabe en una sola montaña. 

Me habías prometido una casa. Todos los libros me habías prometido. 

Es cierto, siempre dijiste que hay cosas peores que la muerte. 

Nada entonces es tan terrible, pensé. 

Pienso ahora, que ya no podés hablar ni podés traer la calma como se traen las cosas más delicadas: 

un poco de agua entre las manos

un puñado de piedras para inventar un juego

una montaña, altísima, con una casa levemente inclinada en la ladera. 

El corazón de las ciruelas, coedición Civiles Iletrados- Ático Ediciones, 2016

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Ah, yo quiero cerrar los ojos y con la cabeza levemente inclinada hacia atrás, sentir la música. 

Eso es lo que viene desde un lugar lejano. 

Eso es lo que pasa cuando han sucedido pocas cosas. 

Por ejemplo: 

tener seis años y nunca haber visto la nieve

tener seis años y haber sentido el frío sobre la piel escarchada 

tener cinco o seis o siete años y pensar en dios como un animal embalsamado

y darse de cara contra los animales inmóviles al final de un largo corredor de iglesia

haber pensado que en el fondo las cosas pueden esconderse y sin embargo siempre los secretos se descubren

antes o después los secretos se descubren aunque sean menos solemnes que el deseo.

Ah, yo quería escuchar la música, que la música me traspasara como si fuera un acto de fe

como si dios pudiera de pronto moverse y posar su mano sobre mis piernas apenas rozando la piel que se abriría, supongo, ante el contacto. 

Yo quiero oír la música saliendo desde adentro del cuerpo que la inventa. Yo quiero escuchar otra vez la fricción de las cuerdas, el arco subiendo y bajando tenso, erguido entre esos hilos de seda, de acero, de tripas. Esos hilos que vibran ante el mínimo acercamiento provocando una masacre.

El corazón de las ciruelas, coedición Civiles Iletrados- Ático Ediciones, 2016

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¿Acaso quise probar

el tamaño de mi abandono? 

Tess Gallagher

Ese camino

larguísimo

casi sin final

por el que ibas las tardes en las que habíamos recogido algunas castañas del árbol del vecino

mamá las horneaba como si fueran frutos insignificantes

y sin embargo 

a mí se me quebraban las manos cuando las tocaba

cuando las apartaba entre el pasto para ponerlas en el doblez de la camisa.

Ese atajo por el que ibas cada tarde

lo había visto una vez en un sueño

creí que te lo había contado

pero el recuerdo es difuso como los vidrios de la ventana cuando mamá hornea castañas en invierno y afuera llovizna y el frío impone su furia como un animal salvaje.

Yo te veía a lo lejos, tu cuerpo se mezclaba con las hojas 

desde atrás eras como esa fotografía que tantas veces me mostrabas:

un camino larguísimo

casi sin final

los árboles a los costados uno tras otro tras otro como líneas paralelas e infinitas

como guardianes del dolor o de las hojas

como ciervos con sus astas ramificadas que se juntan en lo alto de las copas

cerca del sol para ocultarlo.

Esa fotografía amarillenta

amarronada 

apagándose en la pared como una sombra. 

El corazón de las ciruelas, coedición Civiles Iletrados- Ático Ediciones, 2016

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Yo hacía fuerza para que vos te murieras. Para no perderte. Para que te quedaras así como ahora, adentro. 

Yo hacía fuerza para matarte/ te alentaba/ te daba ánimo/ te estaba siendo fiel, a vos y a la literatura. 

No te maté. Eso es cierto. 

Te conté que mandé hacer una biblioteca hasta el techo/ de pared a pared/ que necesitaba una escalera para llegar al estante de arriba/ que arriba había puesto los libros que más uso para aventurarme en la búsqueda de las palabras/ para sentir el riesgo de una altura dos escalones superior a la mía. 

Yo no te estuve matando. Solo quería que te murieras porque ya no te quedaban libros y porque ya no había una casa en la montaña cubierta de nieve y porque era verano y a vos el verano no te gusta. Y además hacía calor y estabas desnuda y yo por primera vez estaba viendo tu cuerpo/ y descubrí que me parezco a vos/ que la forma de algunas partes tuyas es igual a la forma de algunas partes mías. Y yo podría haber sido vos. 

Entonces empecé a hacer fuerza contigo para que vos te murieras. Porque tampoco quedaba aquello que era recuerdo y sostenía. 

Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar y me parece que eso no te gustaba. 

Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar. 

Publicado en De divina proporción (muestra de poesía uruguaya). Editorila La coqueta, 2017

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Hay que tener cuidado. Hay que ser cautelosa.

Modosita, decían.

No mirar más que un solo punto, el de adelante.

O la cabeza gacha, agachada, hacia abajo. Bien abajo.

El suelo, las baldosas, el piso, el asfalto, la tierra, el césped, lo que haya debajo de los pies. Mirarlo. Mirar solo hacia ahí. El cielo, el aire, los costados no son para vos. Nada te ha sido reservado. Conservá la postura. La espalda recta, derecha, la curva de tu cuello.

Hay que ser cuidadosa. Tenés que ser cuidadosa. Guardá bien tu cuerpo. Debajo de la ropa guardá bien tu cuerpo. Que no se note que hay un cuerpo allí, una piel, un pliegue.

Hay que ocultarse. Hay que abstenerse de mirar a los ojos, los hocicos, las fauces de los perros.

Los perros parecen animales domésticos. Parecen dóciles los perros. Pero los perros matan. Clavan todo lo que tienen de filoso en los cuerpos blandos, desgarran a veces, se meten adentro de los cuerpos. Arrancan la carne. La destrozan. Y no es para comerla, no. Solo para ser perros matan. Estrangulan con los dientes. Hacen huecos con las garras, dan muerte. Solo por darla. Solo por saberse perros. Más perros todavía.

Hay que tener cuidado. Ser cautelosa. Modosita. Discreta, sobre todo discreta. Tu cuerpo es de los perros. No intentes poseerlo. Poseerte. No te pertenece. No te será dado.

Un hilo de sangre corre por la boca de los perros, cae en finas gotas que se deshacen al contacto con el aire. No es su sangre la que cae. No es de los perros eso que duele. Te duele a vos que no supiste comportarte, mantener la calma que el deseo reclama. No fuiste viva, inteligente, no supiste cómo moverte y te dejaste llevar por el deseo. El deseo te arrastró varios metros sobre la tierra y dejaste un surco. Y eso que vos pensabas en otras descendencias. Creías en tus hijos y en los hijos de los hijos de tus hijos. Y en las hijas de tus hijas y las hijas de las hijas de tus hijas. Creías en una cadena interminable que perpetuaría tu nombre. Por siglos tu nombre estaría en la boca de tu descendencia. Iba a estar, eso pensabas cuando jugaste con las muñecas, cuando dibujaste una casa con chimenea y humo y un árbol y flores alrededor. Porque la vida tenía que prolongarse en el juego, en ese juego que te habían legado solo para vos. Te irías a casar, tan blanco todo, y después esperarías que tu vientre creciera como un globo o una pelota debajo del vestido y aun así estabas dispuesta a parir, porque ese era el designio. Pero los perros se adelantaron a tu suerte, levantaron tu casa bajo la tierra. Te hundieron los ojos los perros porque no supiste no mirarlos. Y eso que solo el suelo te estaba reservado, todo para vos ahí servido para que pusieras la mirada hacia abajo, para que inclinaras bien el cuello, la cabeza, todo tu cuerpo y te quedaras allí como una florcita más a la espera de la lluvia. Como un yuyo que creció imperceptible entre las grandes plantas. Pero tuviste que mirar a los perros, les clavaste los ojos bien adentro, para que te vieran, para que olfatearan tu coraje y te salió mal. Tenías que cuidarte, ser cautelosa, modosita, como decían las hijas de las hijas que te hicieron ver la luz años después de su nacimiento. Y te tocó ser parte de ellas, ser una más te tocó. Y no te diste cuenta, no entendiste que tu cuerpo no te pertenecía y era de los perros, solo para los perros era tu cuerpo.

Publicado en De divina proporción (muestra de poesía uruguaya). Editorila La coqueta, 2017


CLAUDIA MAGLIANO

Montevideo, 1974. Es profesora de Literatura egresada del Instituto de Profesores Artigas (IPA). 

Participa del concurso Cantá Odiosa, organizado en el IPA con tres textos los cuales son premiados y editados en la revista Cantá Odiosa, 2002. 

Su primer libro Nada, fue premiado en el concurso de Poesía de la Asociación de Bancarios (AEBU) y la Casa de los Escritores del Uruguay, en 2005.

Su segundo libro Res ha sido publicado por Ático Ediciones en diciembre de 2010 y obtuvo el Primer Premio de Poesía Édita del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay (MEC), edición 2012.

En 2016 obtuvo una mención en poesía inédita en los Premios anuales de literatura del MEC por el libro El corazón de las ciruelas, editado en coedición por Ático y Civiles iletrados en 2017.

En 2017 obtiene el Primer accésit en el concurso Letras Cascabeleras (Cáceres, España) con el libro inédito Lo trágico es el olvido que será editado en España por Letras Cascabeleras en mayo de 2019.

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