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JOSÉ MIGUEL PRIETO PORTILLO

 

LA CAMA QUE AMO (por Lushmore Derbut). 

 

«¿Quizá podremos, con virtuosa pericia de visionario,  

desenterrar inmaterial riqueza (¡de vero perpetua!) en  

material (empero interina) pobreza?». ARPO 247, el  

Renacido de Manera Póstuma. 


Experimentando en un mismo lapso dos desemejantes tipos de vida donde, en lo pretérito,  con cuatro de mis amores, orondo y sano, vivía jubiloso las donosas chiquilladas del devenir;  ahora, en el presente, sin mi cuarteto de afectos, enfermo y famélico (fantasmagórico  crepúsculo del pasado), perplejo procuro avezar, aprender y cambiar. 

Pobre de mí, la mayoría de las ocasiones debo consentir con la sola experiencia pues los  indescifrables dialectos del hoy me imposibilitan aprendizaje alguno, conformándome con  subsanar innata deuda de forma inconsciente. ¿Tan inclemente es tu divina justicia que te  incapacita para, de este mortal, dimitir por un instante tu veredicto acerca de mi omisión? 

Y, entre tanto, me contraría que prójimos aprecien, en ambarina tez y enclenque complexión,  la adusta estampa del canijo Igor Ravenchild, pues ni bisoños cambios ni novicios aciertos  son proclives a considerar en la contemporánea versión de mí. 

Allí, oculto en el baluarte de mi cobijo, cuando la ausencia del humano arrimo pronostica  duradera noche, mi voz se sofoca aclimatada en mi lecho como figurando, con mi colapso, la  muerte del ocaso. 

Ahora, dentro de los materiales límites de mi cama, inicio un tristón peregrinar carente de  pompa, reposo y sin atisbo de nuevas geografías, contrariamente a lo anodino del periplo. Es cuando escucho cómo cada uno de mis ajetreos es seguido por el inanimado arrullo de mi  lecho; entonces, incrédulo impugno: ¿me dedica noctívaga tonadilla pues la cama me ama? Quienes acrisolan sus tenencias, indignados por mi contumaz pobreza, describen como  «crujidos de deterioro» cuanto mi lecho me canturrea durante mi siesta. ¿Cómo, a la penuria, conceder beneficio? Y será que, orate de mí, mondo y lirondo el tálamo  me observa mientras acepto la posibilidad de que la cama me ame. 

Aunque la indigencia hasta combustión acarrea con glutinosa transpiración, cuando sus  cobijos mi cuerpo miman de este aferrándose, poco dudo que de esta forma mi cama me  ame. 

A pesar de que muchos concluyen cómo lo quebrado a su mitad se inclina, yo, por mí parte  (válida opción existencial de cómo responder ante aquello que su ejecución de ti no depende)  siento, con asombro y complacencia, a mi lecho arroparme en su interior; con esto colijo: ¡sí,  mi cama me ama! 

Mientras otros tálamos necesitan de eléctricos artilugios para a sus procurados bambolear; mi  lecho, tesoro mío, rítmicamente me balancea en amodorrado fandanguillo porque, a pesar de  no ser yo objeto de ninguna querencia, ¡sin duda!, mi cama me ama.

La muy coqueta, consuma su faldón con blanquecinas briznas que, cual cenceños pliegos de  invitación, convidan, bajo su cobijo, un par de felinas a retozar; y este zoológico afecto, no  menoscaba que mi cama me ame. 

Si bien, según los opulentos, lo propio de la pobreza es el deterioro de las cosas, mi lecho,  incólume ante elaborados apotegmas de invidentes élites, porfía en engalanar su refajo con  ladrillados par de borceguíes; y es cuando yo, acogiendo lo imposible, enmudezco al sentir  cómo mi cama me ama. 

Verisímil es que algún luctuoso día, por acaparamiento de años y remiendo de millares de  apasionados interludios, mi lecho al final de mí también huya; en ese instante, entristecido por  lo lacerante de la vacante, seguiré agradeciendo, con añoranzas, el cortejo a mí favorecido  por la desvanecida cama que en otrora me amaba. 

¿En algún espacio, es plausible el caos como forma de generar orden? No pierdas más  tiempo escudriñando; aquí, bajo tus pies, yace el lugar donde los ocultos sigilos son  protegidos con oníricas ensoñaciones, pero mejor sería si tu cama, como a mí, te amara. 


***


ASFIXIA (por Lushmore Derbut). 


En contumaz silencio, 

mismo que ahoga en la oscuridad 

de un estar sin alguien 

cicatrizando lo egoísta de ser individuo 

sin la posibilidad de comunicar lo suyo, 

retruenan unas campanadas 

a través del reloj de péndulo 

mientras el enfermo anciano 

de súbito despierta 

de otra pesadilla que 

vívidamente anuncia insensible soledad 

con los inmisericordes y reiterativos azares 

de hermosas etéreas remembranzas. 

Porqué el presente eriza los fundamentos de todo hombre 

cuando el temido pregón denuncia 

a un individuo mostrenco, melancólico 

y casi ultimado en el olvido de la humana miseria. 

¡Mirad, ahora, a ése 

que cuando rebosaba de vigorosa juventud 

se ufanaba de su lozana salud! 

Saludable o enfermo, 

soltero o casado, 

opulento o mísero… 

¿Siempre nuestras travesías estarán 

constreñidas a los lindes de la dualidad? 

Es cuando la rancia casona, 

vacía con los dolorosos desplantes 

del familiar que amontona abulia

en los multiformes recovecos del olvido; aunque colosal en sus anhelos 

por cobijar consanguínea estima, 

con frenesí se achica 

estrangulando los deseos de compañía de quien convulso se sofoca insano por las dilatadas ausencias 

de verdaderos afectos. 

Mientras, 

en la trastienda de la mordacidad 

y cual ominoso anfiteatro, 

centenares de instantáneas, 

polvorientas y degastadas, 

con afonía detalladamente le narran, a la fémina que a disgusto 

por dinero le cuida, 

pretéritas crónicas de dichas 

que el tiempo con vehemencia apolilla en tanto el presente, incrédulo, interroga: ¿por qué Alegría con apremio cruza mientras que Agonía con parsimonia se disipa? ¡Vital parodia!: 

la vida con mocedad te fortalece 

en los juveniles contentos 

en tanto te desmenuza 

durante los seniles pavores. 

Es por lo que el famélico nonagenario con inusitado fervor le suplica 

a su costosa cirenea, 

arrendando para eso 

su gravosa «piedad», 

que en soledad no lo olvide 

de la misma manera que todos antes dentro de aquellos lacrimosos cercados donde, a guisa de injusto recluso, 

a diario solloza su sempiterno aislamiento. ¡Pánico que no surge de lo umbrío! 

sino del paralizante temor 

ante el encierro de la humana orfandad. Es cuando 

el empecatado neófito 

demanda contestaciones, 

al sobreviviente heroico 

de lo decadentemente humano,

apremiándole con vertiginosas soluciones. 

¡No las desenterrarás en las hondonadas del Averno! 

¡Ni en los altozanos del Cielo, removerás! 

¡Humano, a tus manos observarás 

si las composturas en rigor, acaricias consumar! 

Solidaridad precursora de la libertad, 

si los dietarios terráqueos aspiras encumbrar; 

para, luego, 

licenciar responsabilidad 

como derivación del interdependiente 

proceder en identidad. 

Entonces, la verdad, 

mi desconocido interlocutor, 

díscola posesión que evade 

las empuñaduras de nuestras manos, 

¿hija pródiga será de nuestros entendimientos 

por difusa obra de lo subjetivamente sentido?, 

¿o invisible espectro que desconcierta 

a los entresijos vocálicos, 

fruto es de los significados 

atribuidos a los conceptos? 


***


JOSÉ MIGUEL PRIETO PORTILLO


Filosófico prosista («cuyo lapicero  guarece la dispensa de inmortalizar») representante de una inédita e innovadora manera de  expresión literaria cuyo estilo pertenece a la contemporánea corriente neovanguardista. 

Define su estilo literario como «khimairico» (del griego Χίμαιρας) explicándolo  metafóricamente de la siguiente manera: «consiste en un viajero que lleva un valiosísimo  tesoro entre sus manos (¿un mensaje o aprendizaje?) el cual desea compartir con quien  quiera acompañarle (lector) hasta el final de su aventura; de esta manera, el peregrino y su  nuevo compañero (lector) le piden al cochero Filosofía que los transporte (montados en su  carruaje Alegoría e impulsados por los indómitos corceles Lírica y Español) al desenlace de  su correría a través del variado sendero Narrativa». 

Su primer libro, Lux in tenebris, es una obra ecléctica e inclasificable, un pulso constante entre  filosofía y literatura a lo largo de cuyas páginas el lector va descubriendo a Derbut, personaje  principal y narrador de la historia, mirándolo desde todas sus aristas. A lo largo de ocho  secciones, el lector recorre una miríada de artilugios literarios que juntos componen una  fábula ambientada en un territorio, según se nos indicó, situado fuera de las «Murallas del  Ser». 

Adentrarse en este prisma narrativo supone encontrarse con cánticos, profecías,  meditaciones, aforismos, diálogos filosóficos, poesías y piezas que emulan la estructura de  una composición musical. Siempre por medio de un lenguaje milimétricamente estudiado, la  narración va iluminando todas las facetas del misterioso territorio en el que habita su  protagonista, de tal forma que al final de la lectura sea la luz, y no las tinieblas, lo que  prevalezca. 


Crónicas de Inés del Prieto: el legado de ARPO 247, es la segunda obra de Derbut y, en ésta,  hace énfasis en la narrativa khimáirica. Está compuesta por tres porciones secundarias: la  primera presenta una lírica introductoria (proemio) que describe las travesías de un alma en la  existencia; la segunda (excursus), por una parte, nos muestra una gótica digresión (post  tenebras) a través del fantasmal Veteraco el Limoktonúm mientras que, por otro lado, nos  expone las vicisitudes de la hilarante vida de Mollejita Golilla; la tercera nos ofrece un cierre  (epílogo) con unos poéticos monólogos pronunciados en la melancólica y gélida Alberta Rose. 

El eje central de la presente obra muestra diez breves cuentos khimáiricos (cartapacios)  protagonizados por la irredenta mocita Inés del Prieto (Infanta Spes) y su misterioso maestro  ARPO 247; cada uno de aquéllos versan acerca de asombrosas y divertidas aventuras donde  la acción, las ocurrencias y el misterio se conjugan en diversos escenarios (¿reales o  ficticios?) con el fin de obsequiarnos narraciones entretenidamente inolvidables, así como  pletóricas en aleccionadoras enseñanzas.


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