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FUGA

Tomó una, otra, otra, y otra más, las apiló con cuidado, trepó en ellas y salió de la prisión en una escalera de palabras.

ESCAPE

Alcé la mano con dificultad. El dolor era agudo, frío. La tierra estaba húmeda y suelta por la lluvia del día anterior. Mis dedos sintieron el suave beso del aire afuera. Volvía a la vida después de 3 años de entierro.

LA RECTA

Ella era tan recta, tan formal, tan correcta. Nunca había hecho nada que pudiera considerarse inmoral. Había sido criada y educada en el respeto, las normas y las buenas  costumbres. Era una “niña bien” que jamás en su vida había osado siquiera tener un desvío, algo que la apartara de su línea de conducta. Por eso, cuando en el cementerio todas las demás lápidas y bóvedas se abrían para liberar a sus ocupantes y darles una noche de libertad, ella se quedaba quieta y entrecerrando los ojos se quejaba: “¿Dónde se ha visto que las damas caminen con desconocidos por ahí a estas horas de la noche y tan mal vestidas?”

***

DESEO

El Sol engulló la Tierra al fin. Su íntimo deseo se cumplió: ser devorado vivo.

EMPANADAS

Todos los días, sin importar el frío o el calor, la lluvia o la helada, pasaba por el kiosco y compraba dos empanadas. Se sentaba en la esquina con la mirada perdida, esperando, y las comía con parsimonia. "Disculpe que me entrometa", dijo un día la cocinera: "Todos los días compra lo mismo y espera...". La miró en silencio: "Sí, espero a mi hermano que un día vino a comprar aquí y nunca volvió". Los ojos de ella se nublaron de pronto: "Lo siento". "Hasta mañana", dijo. Él no sabía que su hermano estaba muerto, que la cocinera era una asesina y que el relleno de las empanadas no era de carne vacuna.

AMANTE INFERNAL

Cuando ella se acercó, un escalofrío tétrico recorrió mi espalda. Tocó mi hombro y las gélidas falanges de sus manos muertas evocaron en mí el deseo del abismo.

REFLEJO

Un hombre contempla un gran cuadro y se impresiona al ver plasmada en la tela la muerte de un hombre que contempla un gran cuadro.

ASESINO

Le recordaba citas, reuniones, cumpleaños, citas. Era insufrible. Tomó el martillo. Lo alzó con violencia. Y asesinó al celular.

VINO

Paladearte, degustarte, olerte, sentir las finas notas de tu piel, elevar la copa de tu cuerpo a trasluz y beberte poco a poco.

DESESPERADO

Asaltó un banco. Estrelló su auto contra una escuela. Atentó contra el Presidente. Algo había que hacer: no vendía ni un solo diario.

DOBLE

Al cruzar la calle le pareció extraño, quizás familiarmente extraño. El parecido era
asombroso. Con sólo ver sus ojos pudo leer una mirada conocida. Tal vez la recordaba de un lugar que a menudo frecuentaba pero que ya había olvidado. Era indudable, aunque no innegable, que por su mente circularon ráfagas imaginativas, casi tan lejanas que debió realizar un esfuerzo extra humano para divisarlas. Fueron sus manos –las de él, las del otro- dibujando enmarañadas figuras de arrugas y miseria. Pero se asemejaban tanto una a otra, una con la otra. Claro que todas, en mayor o menor medida, se parecen. “Es tan
universalmente repetible el Hombre”, pensó. O lo dijo con esa voz que grita para adentro y al hacerlo calla. Pero miró sus pies desnudos tan idénticos, tan genuinos, tan inmóviles, petrificados casi, en el cemento adoquinado. Y creyó que aún podían servir, aunque más no sea, para cruzar –como él, como el otro- esa calle estrecha y desaliñada. Que podían llevarlo tan lejos como fuera necesario, allí donde los senderos sean tan lejanos como la noche y el día. Sintió, con cierto asombro, que sus pasos resonaron más pesados, más lentos, más acompañados pero sacudió las piernas con un gracioso ademán como para aligerar la carga. ¡Qué alivio deshacerse de la ilusión! Luego escuchó su voz, ese hilo sonoro que apenas podía percibir. Y en un acto de cronológica simultaneidad no pudo descifrar las palabras –las de él, las del otro- mezclándose, no supo quién había pedido y
quién había negado, quién terminaba de cruzar la calle y quién concluía sus esperanzas.

DESCUBRIMIENTO

La tormenta arreciaba dejando oír el repiquetear de las gotas sobre el viejo tejado de la casa. De pronto, la poca luz del cuarto se fue súbitamente dejando en total oscuridad la habitación. Unos pasos se oyeron detrás de la puerta. Al acercarme una hoja se deslizó por debajo. Para cuando logré abrir, el silencio de la noche llenaba la casona. A mis pies la hoja esperaba revelar una verdad que no esperaba. La tomé, cerré con llave y volví al cuarto. Coloqué la carta junto a la tenue luz de una vela y la abrí: “Eres un fantasma”.

INMORTALIDAD

En la China Imperial, en tiempos en que la historia no se dividía en un antes y un después, hubo un Emperador muy afortunado. Un mago de su corte le dijo a aquel soberano en su niñez que había logrado volverse invulnerable. El monarca vivió contento pensando en lo dichoso que era. Pero un día, en un paseo por los campos, se clavó una espina en el pie: le dolió y sangró. El Emperador vivió triste el resto de sus años, sin dejar descendencia y en la más cruda melancolía.

ASESINO


Dejó el revolver sobre la mesa como quien abandona para siempre un recuerdo gris. Caminó lentamente hasta la cocina. Encendió un cigarrillo. Lo fumo despacio, succionando cada milímetro, saboreando ese duro y dulce sabor negro. Tomo un vaso de cristal esfumado. Cargo wiski y agregó dos hielos. Los hielos bailaron un momento en el fondo hasta quedarse perfectamente quietos, fijos en el centro. Los miró un instante y luego, sin pestañar, vacío el vaso de un trago carraspeando al final. Se limpió los labios con la manga de la camisa. De pronto, se vio en el espejo de la cocina, un espejo pequeño, chato. Hacía mucho que no se miraba así, solo, triste, vencido. Y ahora qué pensó, hacia donde. Que hacer. Será cuestión de acostumbrarse pero como. Cuando uno pasa la vida en el mismo trabajo y lo pierde. Como se acostumbra uno. Claro que su trabajo no era común y la paga era buena. Lo cierto es que nunca lo había hecho por el dinero sino porque le gustaba. Lo disfrutaba. En ciertos casos se divertía dependiendo del cliente. Pero el de esa noche había sido el último trabajo. Y no sabía qué hacer ni que pensar ni que decir. Solo se miraba en el espejo de la cocina, un espejito miserable, pálido, casi tan frío como él.

TRABAJO

Amanecí dolorido y cansado. Un extraño sabor amargo contagiaba mi boca y un intenso dolor en las sienes me decía que la noche había sido movida. Con el sol levantándose ya en el cielo mis ojos se entrecerraron hasta que mis párpados se unieron al fin. Con notable esfuerzo adopté mi mejor postura para soportar la agobiante jornada laboral que me esperaba. Era mi trabajo. Los visitantes del parque ya podían disfrutar de la estatua de San Martín.

BORRACHO

Borracho

Bebió una, luego otra y otra más. Sin detenerse a paladear su sabor. Su sed era de las que no se calman. Y se embriagó de palabras.


RECUERDOS


Atravesaba la mañana con su sonrisa de cristales empañados y recorría la habitación sobre sus pies desnudos al llanto y al dolor esperanzador de ver entre las formas de la niebla el recuerdo de unos ojos cerrados hace tiempo en la noche lluviosa en que partió tras un beso de nueve y luna y lágrimas escritas en la piel como tatuadas por el fuego de un sueño que se rompe en mil pedazos de su ser y de la angustia y el miedo y el silencio hasta volver a rendirse y levantarse y descansar en el mismo instante en que un pensamiento solitario le trae la ensoñación que creyó dormida en el rincón de su memoria adormecida por la calma de saberse perdida y lejana y solitaria y feliz.

CUARTO NEGRO

El cuarto era pequeño, oscuro y sombrío. Casi no podía percibía nada desde donde estaba, solo una leve claridad amarillenta que se mezclaba con la penumbra en lo alto de la habitación. Cuando quiso moverse sintió un dolor agudo en las costillas, una puntada y una momentánea ausencia de aire lo paralizó unos segundos. No sabía cómo había llegado allí, ni cuándo ni por qué. No recordaba nada desde el martes cuando había salido del cine y se dirigía a casa, feliz y extasiado. Luego nada. La sombra del cuarto y el silencio atroz de la noche.

Candela

Candela coquetea, se muestra, se pasea por la plaza, por el parque, por las calles. Se da vuelta cuando se sabe observada. Desafía con la mirada. Él la deja hacer, porque sabe que el amor es libre o no es. Ella lo sabe. Se esconde, se aleja, pero vuelve, siempre vuelve. Entre ellos no hay palabras. Se llaman con los gestos, con los silencios. Se comprenden. La intensidad del cariño no entiende frases ni el corazón de palabras. Y en el momento precioso él la llama como quien espera un sueño y ella, traviesa, loca, lo mira, mueve la cola y lo abraza.

Para mi hermano del alma... hippie.