Atravesaba
la mañana con su sonrisa de cristales empañados y recorría la habitación sobre
sus pies desnudos al llanto y al dolor esperanzador de ver entre las formas de
la niebla el recuerdo de unos ojos cerrados hace tiempo en la noche lluviosa en
que partió tras un beso de nueve y luna y lágrimas escritas en la piel como
tatuadas por el fuego de un sueño que se rompe en mil pedazos de su ser y de la
angustia y el miedo y el silencio hasta volver a rendirse y levantarse y
descansar en el mismo instante en que un pensamiento solitario le trae la
ensoñación que creyó dormida en el rincón de su memoria adormecida por la calma
de saberse perdida y lejana y solitaria y feliz.
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