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SEBASTIÁN RIESTRA


Luca y el planeta nada


Ella es hermosa como la luna llena pero su mirada parece un televisor apagado.

Se la encuentra en la noche. Anda con uno y otro. No sabe lo que quiere pero lo quiere ya. (Tampoco sabe quién escribió esa frase).

Los tres últimos libros que compró y dejó antes de la página treinta estaban incluidos en las listas de best sellers. Tiene más pares de botas que libros. 

Se la ve en la noche y también se la oye. Nada de lo que dice dice nada. Ignora el significado de las palabras otoño, revolución, amor, calandria, Lennon, whisky, sociedad, crepúsculo, cebolla, dulzura y democracia. Parece lo que es. Pero igualmente engaña.

(Brilla de manera involuntaria porque una luz quedó viva a pesar de su vida. Es una luz anterior, interior. Morirá pronto y ya la estoy velando).

Cada vez que pasa ante mí, miro lo que pudo ser. Pienso en lo que debió ser y dejo de pensar porque duele.

Ella es hermosa como la lluvia de verano. Pero su mirada es un televisor que alguien apagó para siempre.

***


Todo ha terminado salvo escribir


Y ahora es el momento

de hundirse en el túnel de los días,

de recorrer la extensión desolada

en que se ha transformado la ciudad

y morder papel de aluminio, beber

gin puro en la noche

para olvidar la férrea soledad

de quien conoce la última respuesta

y no ignora el único sentido

de respirar miserablemente

en la salvaje destrucción de toda luz.

***


En estos días


En estos días el fin del mundo se ha vuelto cotidiano.

Mi cuerpo proyecta la sombra de tu cuerpo. El hueco que dejaste en la cama no puede ser ocupado.

En estos días ando de la mano de mí mismo. Camino solo y la ciudad me abraza. Ella me conoce. Y entiende.

La copa se abre como un abismo suave, en estos días. Caigo en ella dulcemente.

Los libros y el cine son un refugio precario, en estos días. No me salvan de la lluvia que se filtra a través de los agujeros de la soledad. Mojado, sigo leyendo, viendo viejas películas.

En estos días los días se cuentan uno a uno. Uno tras otro. Se espera que al pasar se lleven con ellos lo que ellos mismos una vez trajeron: el amor y la ilusión del amor.

En estos días se intentan justificaciones, explicaciones, argumentaciones, soluciones. 

No se consigue nada.

En estos días viene bien la frase de Baudelaire: “Yo soy la herida y el cuchillo”. 

En estos días no hay fuerzas ni siquiera para la desesperación. Se anda sólo por inercia, en arranques de furia hueca, de convicción vacía, de valentía idiota.

Quién sabe qué vendrá. Qué importa.

Afuera, como siempre, espera la noche.

***


El otro


No sabremos más dónde está el otro

ni tampoco dónde yace (vivo

o muerto). No sabremos más si ríe

o llora, o piensa en uno:

no sabremos nada 

excepto lo que cuenten los terceros. Ya no sabremos más, por ejemplo, si tiene

jaqueca o si ha bebido

demasiado. Y si tuviera fiebre,

ya no le haremos té. El otro, desde ahora,

será apenas otro, cuando antes

era casi nosotros, simplemente la razón

para existir. El otro, desde

ahora y para siempre, será uno

menos en la vida, otro

más que ya

no veremos y no importa. Será ninguno.

***


La que se fue


No podías confrontar

con mi espíritu salvaje, con mi gran

mordida visceral de orilla a orilla.

Y no podías

acostarte con mi deseo, beber

vino conmigo, habitar

los sueños con tu carne.

***


La ciudad de los amores perdidos


Esta ciudad donde no aparece nadie

Donde los hombres han huido de sí mismos

Para perderse en el dinero

Donde los árboles crecen al revés

Y el cielo bajó para matarse

Pero fracasó

Como yo en olvidar tu boca mojada

Esta ciudad donde no aparece nada

Bajo el cielo condenado a mirarla

Donde yo te amo sin límite

Es la misma donde estoy

Donde me hundí

En la noche implacable en el alcohol inútil

En la vida

(Esta ciudad donde me das la espalda

Donde los perversos son recompensados

Donde todo azul se agrisa y cada piel

Se agrieta

Esta ciudad al fondo de los mundos

Donde ya ni siquiera te saludo)

Esta ciudad me habita más que yo a ella

Soy su presa y también su prisionero

Soy su hijo a pesar de haberla parido

Y mi cuerpo busca una sombra propia

No tengo casa salvo tu ausencia

Amor mío amor mío amor mío

Esta ciudad no espera que siga vivo

No quiere que hable ni te encuentre

Te aleja día a día de mis manos

Y me cierra cada puerta y tus piernas

Esta ciudad crece donde me ausento

Y late en las antípodas de mi corazón

Esta ciudad sin embargo es la mía

Aunque no sea mía sino ajena

Toda de tu cuerpo y esas voces

Que no dejan de decir que nunca

Podré huir de aquí ni tenerte aquí

Que aquí moriré y con eso

Ya tengo bastante.

***


Iguales


En todos los países son iguales.

No se distinguen el uno del otro porque no llegan a ser uno, ni otro.

En sus ojos sólo brilla la luz helada de la soberbia.

Siempre se apartan: quieren apartarse. La separación de los demás es, para ellos, más 

necesaria que el aire.

Miran todo desde arriba, con altivez congénita. Y cuando miran, miden. El cálculo es su 

estado natural.

Tienen subordinados o sirvientes, pero carecen de compañeros. (El sentido de la palabra 

compañero les es desconocido: ellos no están para compartir, sino para tomar. Para 

destruir, o para ser destruidos).


•••


En todas las ciudades son iguales.

Afirman que la inseguridad los obliga a ser más injustos y crueles de lo que ya eran. 

Que las cosas no funcionan bien en el país, que el pueblo está cada vez peor, que no se 

puede andar por la calle y los maestros piden salarios excesivos. También dicen que los 

jóvenes no respetan a nadie. Aunque ellos no dieron ejemplo de respeto cuando 

aplaudían los golpes de Estado, justificaban la desaparición de personas y aseguraban 

que la tortura era un invento. Ellos sólo respetan el dinero. En algunas épocas (lejanas) 

producían ocasionalmente vástagos cultos. De sus filas retrógradas supieron surgir un 

Borges, cierto Bioy, Silvinas y Victorias. Ahora, ni eso. Ellas se limitan a broncearse en 

Punta del Este, ponerse tetas, hacerse un lifting o ir de shopping. Ellos van de putas, 

compran autos o juegan golf. Los libros han dejado de ser elegantes.


•••


(Mientras escribo esto, en un bar montevideano, tomo cerveza. Tomo cerveza porque el 

mozo me dijo que ya no se vende más vino suelto. “Atrae a los borrachos”, dijo. Y yo 

pensé: “A los borrachos pobres, quiso decir”. Porque ya ni boliches les dejan a los 

pobres. Ni siquiera un lugar donde beber en compañía).


•••


Siempre fueron, son y serán iguales. 

Dicen que lo que tienen es suyo, pero es nuestro. 

Piensan que son mejores. Y lo son, en lo incalificable.

Son dueños de casi todo, pero quieren más. No sólo más: mucho más.

La verdad, la belleza, el amor, la fraternidad y la alegría les importan menos que su 

tarjeta de crédito.

Creen que Dios está de su parte. Y es cierto.

***


Alrededor


Los seres blandos, los espasmódicos, los gelatinosos.

Los seres sin rumbo, destino ni vocación, los gregarios, los profanados.

Los migratorios, los inestables, los consumidores, los momentáneos, los frívolos. Los 

promiscuos. Los mínimos. Los que no tienen casa en el alma.

Los que carecen de núcleo, los que nunca pusieron un huevo. Los que no riegan día a 

día el malvón, ni conversan con el romero.

Los que no saben ser, no quieren saber ni pueden querer. Los contaminados, los 

evitables.

Los que olvidaron cómo caminar, los que no son capaces de ver, los que confunden 

tener con tenerse. Los que abundan e invaden. Los que no significan.

Los que se reproducen sin sembrar, los que se propagan sin engendrar, los que hacen el 

amor sin que el amor los haga.

Los temibles, los destructores, los vacíos. Los que fueron despojados de sí mismos en el 

abismo del mundo.

***


La realidad es de derecha


Los pobres quieren mano dura. Son machistas y autoritarios. Y se pasan los días viendo 

televisión.

Los ricos ya no producen cachorros revolucionarios, sino prolijos clones de sí mismos.

Los obreros son patronales. Y las patronales, también.

Los dueños del dinero pueden comprar la belleza, pueden comprar el tiempo, pueden 

comprar el poder, pueden comprar el mundo. El mundo entero está en venta. Sobre 

todo, la clase media.

La esperanza espera lo que nunca llega. La revolución nombra lo que no existe. Dios 

gobierna y el cuerpo acata. 

Nadie sabe nada, y eso va a empeorar. 

Los sueños, sueños son. Pero el que se va sin que lo echen no vuelve sin que lo llamen.

Todo va mejor con Coca Cola.

Y vos jamás me vas a llamar, amor mío, por más que yo sueñe con eso toda la vida.

***


SEBASTIÁN RIESTRA

Nació en Rosario en octubre de 1963. Es poeta, escritor y periodista. Su obra explora el amor y el desamor, el erotismo, los espacios urbanos y el turbulento pasado político argentino.

Tiene siete libros publicados: El ácido en las manos (1991), El porvenir de los muertos (2002), Clitoriana (2003), Romero (2004), Lunita rosarina (2010), Rémora (2015) y La muerte duplicada (2019). Textos suyos están incluidos en la antología de la poesía rosarina La única ciudad, (1992); Autopista, volumen que reúne a escritores de Córdoba y Rosario (2010); La Plata Spoon River (2014), y Las cosas tienen movimiento. 40 años de la Trova Rosarina (2022). 

Se desempeña como prosecretario de redacción en el diario La Capital, donde también fue editorialista y editor del suplemento Cultura y Libros.

Ha participado en numerosas lecturas, coordinado ciclos y dictado talleres en su ciudad y todo el país. Intervino, entre otros eventos, en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, el Festival Internacional de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires y el Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México. Integró el staff de las revistas literarias Facundo (Rosario) y El Jabalí (Buenos Aires). Actualmente es uno de los directores de la revista cultural rosarina Barullo, que aún se edita en papel.

Estos textos integran La ciudad de los amores perdidos, libro que está en prensa y será publicado de manera inminente por Homo Sapiens.

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