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2001

A las víctimas de la represión del 19 y 20 de diciembre.

Me llamas o te llamo. Me llamas llamándote o te llamo llamándome. Te escucho en el inquebrantable horizonte que delinea la nada. Parece que las voces se agotan y se pierden. Tu voz se confunde con la mía y ambas con las otras. Nos escuchamos en la lejanía. El viento hace sensible el deslizamiento de los sonidos entrecruzados. ellos escuchan el canto de las gargantas sedientas. Ruidos conocidos silban en los oídos marchitos de rencor. Cataratas de fonemas. Lluvia de letras. Sopas de sílabas revueltas. Todo un huracán de palabras imperceptibles. Del confín de la agonía se filtran las voces por las grietas del alma. ¿Qué no se entienden? Se escuchan. Con eso basta. No es preciso entender. Esos abruptos remolinos de alfabeto se sienten. Gimen nuestro dolor en un mar de lágrimas. Claman la memoria que nos olvida sin tregua, que nos oculta, que nos somete a un confinamiento que rara vez se transforma en libertad. Un llamado. Eso es. Una llamado de los espíritus que supera la mortal convalecencia del ser. Trasciende las fronteras del entendimiento para hermanarse en un grito de desahogo. Poco importa el sentido estricto, lo importante es la fuerza que arrastra consigo esa música arrojada del paladar hambriento. Me llamas, o mejor, te llamo con tu voz. Tu singular deterioro es el mío. No hay direcciones opuestas ni caminos encontrados. Las veredas confluyen en la única dirección posible. La Plaza estalla y se revuelca. Se baña de pañuelos, puños y acuarelas. Se tiñe de sangre y de esperanza. Corre con pies de niños, con piernas de joven, con cabeza de años. Sus brazos se prolongan cobijando a sus ¡hijos, sus nietos, sus enaltecidos vástagos. El mundo parece resuelto y vibrante. Empecinado y loco. Suenan las sirenas. ¿Escuchas? Las voces comienzan a unirse. Son muchas, son una sola. Los ruidos parpadean. Ensordecen. ¿De goma? Que bah... suenan como a guerra. Aquí y allá caen tus árboles, vieja Plaza. Pero sus raíces están intactas. Aferradas aún más a la tierra que les da sustento. Quizás la próxima primavera no haya sombra donde se acuesten los enamorados. Quizás no la próxima. Pero brotarán pronto los retoños. De una floreciente naturaleza asentada en las viejas raíces. Viejas como tú que me llamas con tu nido de voces en la garganta. O acaso soy yo que me abrazo a tu esperanza. Ofreces tus rincones, tus baldosas, tus monumentos. Te entrego mis venas, mi sangre, mi hombría plena. Caen las cadenas por tu llamado -o el mío. Es un despertar de la conciencia adormecida, soñadora. Hasta aquí el mensaje llega. Invita al sueño a ser realidad y a la realidad a construir un sueño. Hoy caerá el sol en el horizonte gris. Pero mañana surgirá en él uno nuevo y desafiante. Y su resplandor cubrirá de anhelos tu pasado y de augurios tu presente. Y el recuerdo vivo se llenará de gloria en las generaciones y un niño mirará al cielo, y el cielo mirará al niño.

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