En el año 1603 murió la Reina Isabel de Inglaterra, también conocida como "la Reina Virgen". Haciendo honor a su apodo, aquella soberana abandonó su cargo -y el mundo- sin descendencia. Para evitar disturbios públicos y guerras de sucesión interminables, se eligió como nuevo monarca a Jacobo VI de Escocia.
Realizados todos los honores y las ceremonias correspondientes a la coronación, el Rey se dedicó a llevar una vida licenciosa en todo sentido. Según cuentan las crónicas Jacobo tenía una apariencia ridícula: usaba una barba dispersa, era petiso y muy torpe, hablaba mucho pero con gran dificultad y era prácticamente imposible descifrar lo que decía. Se asegura, además, que entre sus amoríos se contaron varios muchachos y algunos de sus cortesanos. Pero también tuvo varias favoritas. Una de ellas se llamaba Lucy y era la preferida del Rey. La dama no era noble y eso iba en contra del buen sentido y de las reglas del protocolo aunque Jacobo la quería muchísimo y no le importaba en lo más mínimo que su amada no fuera noble.
Sin embargo, la ausencia de lazos de nobleza en la genealogía de Lucy hacía imposible que se casara con él. Los cortesanos más influyentes aconsejaron al Rey que abandonara a la doncella y que pusiera todo su empeño en casarse con una princesa que diera descendencia al trono inglés. Disgustado por aquellos consejos pero comprendiendo la razón de estado que los sostenía, Jacobo evitó los encuentros con Lucy y estableció vínculos con una princesa llamada Ana. Con ella se llevó a cabo la boda -para contento de los cortesanos- y al poco tiempo nació quien sería Carlos I.
Pero vino a suceder que Jacobo no podía olvidar a su querida Lucy. Para solucionar estos inconvenientes amorosos, había en aquellos tiempos unos hechiceros que vendían unos anillos que -según aseguraban estos charlatanes- tenían el poder de hacer olvidar el dolor causado por un amor perdido y aún quitar de la memoria a la persona por quien uno padecía aquellas penas. Jacobo pidió a sus cortesanos que compraran uno de esos anillos. Increíblemente el anillo dio resultado. Al poco tiempo de utilizarlo, el Rey no mencionaba a Lucy y parecía muy animado y feliz. El prodigio asombró a todos.
Pero sucedió algo maravilloso: exultantes de algarabía por haber logrado su objetivo los cortesanos realizaron una fiesta en honor al Monarca en el Palacio. Todas las familias nobles asistieron al baile y también concurrió Lucy. Jacobo, olvidado del rostro de aquella mujer, se fijó en ella y volvió a enamorarse. Encantado por la belleza de la dama, se acercó a los cortesanos -los mismos que le habían aconsejado abandonar a Lucy- y les preguntó el nombre de esa "hermosa desconocida".
Nunca se supo si verdaderamente el anillo había producido sus mágicos efectos o si Jacobo los había engañado a todos haciéndoles creer un olvido inexistente. Como sea, lo cierto es que aquella misma noche Jacobo y Lucy se escabulleron del jolgorio en secreto y se amaron en silencio como la primera vez.
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