Breve historia de un extraordinario viaje
La evolución nos hizo poco más que pequeños y simples mamíferos, sin grandes garras ni afilados dientes, con reducida visión de día y prácticamente ciegos de noche, con un olfato apenas confiable, lentos y bastante débiles, sin gruesas pieles que nos protejan del sol o del frío, ni grandes alas para volar por los cielos. Las alturas de los árboles y las profundidades de los mares también nos fueron negadas. En verdad que parecíamos poca cosa, presa fácil para la mayoría de los depredadores. Nómadas destinados a poco más que intentar sobrevivir, y así fue durante largo tiempo, hasta que un día una pequeña chispa en nuestro cerebro se encendió y entonces inició nuestra extraordinaria aventura.
Aprendimos a observar las estrellas y la lluvia, el amanecer y las puestas de sol. Comenzamos a dudar e imaginar. Imitando sonidos de animales empezamos a comunicarnos, a formar comunidades. Convertimos la antigua amenaza del fuego en nuestra mejor arma, las antorchas iluminaron la temible oscuridad de la noche. Compartimos la comida y nos sentamos juntos alrededor de la fogata. Hicimos de las cavernas nuestro refugio, y en ellas encontramos, al fin, un lugar seguro, un sitio para vivir, para reír, para conversar, para amar.
Pronto comenzamos a hablar un sin fin de lenguas, de las que apenas recordamos unas cuantas. Levantamos casas, calles, templos y ciudades, inventamos el trueque y el comercio, el arte, la música y la escritura. Cruzamos océanos y construimos imperios, sentimos por un momento que éramos dueños y creadores del mundo; y esa locura se apoderó de nosotros. Entonces regresamos al fuego, pero esta vez las llamas nos envolvieron. Lentamente vimos arder aquellas casas, calles, templos y ciudades, espada en mano arrasamos culturas y destruimos imperios, ríos y ríos de sangre derramada en nombre de los reinos y dioses que salieron de nuestra imaginación…
Se dice que los humanos somos la única especie capaz de imaginar colectivamente en poblaciones que se cuentan por millones. La mayor parte de nuestro mundo no existe físicamente, sólo es real en nuestra mente, en las ideas que compartimos con personas a las que jamás hemos visto. El historiador israelí, Yuval Harari, sostiene que es precisamente esa extraña paradoja lo que nos permitió pasar "de animales a dioses". En la imaginación humana habitan nuestras grandes virtudes, nuestras esperanzas, pero se ocultan también los demonios que hemos creado, el infierno que nos consume.
Hoy los antiguos depredadores ya no nos cazan, somos para bien o para mal la cima de la cadena alimenticia. Descubrimos la fuerza del vapor y la electricidad, la energía atómica, dudamos de los dioses y viajamos al espacio, regresamos con la sensación de tocar el universo con las manos y decidimos inventar una nueva deidad para nuestros altares; Internet. Y, sin embargo, a pesar de la vorágine de progreso, al final del día continuamos buscando cómo nuestros antepasados hace miles de años; un lugar seguro. Un refugio para vivir, para reír, para amar. Para compartir con aquellos a quienes queremos. Quizá sea necesario parar por un instante y recordar que desde aquellos tiempos remotos en que veíamos las estrellas sin comprenderlas, y teníamos poco más que fuego, cavernas, y un par de personas a nuestro lado en la fogata, lo teníamos todo.
JESÚS REUS
Felicidades, que excelente reflexión
ResponderEliminarAsí es! Gracias por comentar y leer. Saludos!!!
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