SÁBADO 22, 00:03 hs.
El hombre quedó solo en medio de la oscuridad que lo asechaba. En la
desértica lejanía miró a un lado y a otro contemplando, con un leve escalofrío,
que la noche tragaba el mundo alrededor. Pensó en la casa y en los regalos que
lo esperaban. Pensó en su esposa y en en sus hijos. En Dexter corriendo por la
sala y retozando en su sillón de cuero negro. Y, al fin, pensó en sí mismo:
silencioso, huérfano en una carretera olvidada, lejos de todo y de todos.
Sintió una opresión en el pecho, un fuerte dolor punzante que lo agobiaba. Se
creyó perdido para siempre en medio de la nada. Sin saberlo acaso lloró.
De pronto, como si una ráfaga lo atravesara por entero, recordó aquello
y la angustia empezó a invadirlo. El temor comenzó a apoderarse de su ser, a
invadirlo completa y desesperadamente. En la lejanía de las sombras divisó unas
luces ajenas, diáfanas, acercarse poco a poco. Su cuerpo se tensó a tal punto
que le costaba respirar. Una terrible opresión parecía doblegar su espíritu, su
alma comenzaba a descubrir la tempestuosa verdad.
A medida que el auto se acercaba, el olor se acrecentaba. Hacía horas
que lo persivía sin conocer sin conocer su procedencia, pero ahora era mucho
más penetarnte y familiar. No estaba seguro de haberlo sentido antes a
excepción de las últimas horas. Además le resultaba trabajoso –casi imposible-
compararlo con otros aromas por él conocidos. Pero, claro, en medio de aquella
soledad, no podía perder tiempo en eso, debía concentrar sus esfuerzos en
recordar aquello, tartar de unir en su mente alucinada los fragmentos
esparcidos y desencajados para intentar dar coherencia al caos. Permaneció a
unos metros de su auto averiado mientras las luces en la carretera
incrementaban lentamente su tamaño e intensidad. Echó un vistazo a su
alrededor. La penumbra lo envolvía todo pero aún así algo familiar,
extrañamente conocido, le llamaba particularmente la atención. No podía
identificarlo y mucho menos mexplicarlo, pero la sensación de cotidianeidad que
reflejaba aquel paraje olvidado por Dios,
lo estremeció.
Cuando el auto estuvo lo suficientemente cerca, temeroso, comenzó a hacer
tibias señas de auxilio. En realidad no estaba seguro de solicitar ayuda en
tanto no había logrado descifrar aquello, pero su ser se debatía entre la
racionaldad más estricta y la demencia más oscura.
Ya podía ver con nitidez los contornos del vehículo. De repente, como
quién recibe una revelación divina, bajó instintivamente las manos y silenció
sus pedidos bruscamente. El coche se detuvo a unos metros de él. Su ocupante
permaneció unos minutos en su interior sin movimiento aparente. El hombre,
temeroso, intentó descubrir algo, una señal, un gesto, una sombra que lo
ayudara a completar el rompecabezas mental que no le permitía reaccionar. El
extraño descendió del auto, tiró un cigarrillo al asfalto que se extinguió bajo
la suela de su zapato. Al pasar ante los faros dejó entrever unas facciones
conocidas: un tupido bigote, unos rasgos angulosos, un cabello desordenado. Y
un arma en la diestra.
El disparo llenó la noche.
Aunque muerto, o casi, el hombre pudo reconocer aquel rostro a medias,
aquellas facciones familiares, y lo comprendió todo. Su angustia, su temor, sus
dudas, todo, absolutamente todo quedó claro en ese mismo instante. Abatido,
dejó que su alma se deslizara lentamente hasta desaparecer y hacerse eterna.
La noche y el silencio velaron su cuerpo en soledad.
٭٭٭
VIERNES 21, 19:50hs
O la máquina funcionaba con demasiada parcimonia o él, realmente, no
tenía un buen día. Todo lo rutinario se le hacía doblemente insoportable. Claro
está, esto atrajo su atención. Sin dudas era una jornada poco común. Si algo se
destacaba era su obsesiva y descomunal manía por las tareas laborales. Siempre fue
muy cuidadoso y detallista. No le gustaba andar perdiendo el tiempo. Sin embargo,
hoy se le hacía imposible desempeñar su oficio con la soltura y solvencia de
siempre. Ni siquiera podía hacer qwue la computadora funcionara. Creyó que un
café podría despavilar sus aletargados sentiodos. Pero el destino parecía
ensañarse con él. La máquina expendedora no solo no cumplió con su función sino
que, además, devoró sin ningún remordimiento sus últimas tres monedas. Por suerte
ya era la hora de salida asi que tomó su saco y su maletín y salió del edificio
que a esa hora comenzaba a desfigurarse y a metamorfosearse con las primeras
penumbras del atardecer.
En el ascensor, absolutamnente vacío, notó ese extraño perfume que lo
espantara al salir de su casa. Revisó todo el ascensor en los primeros tres
pisos pero la tarres fue interrumpida por un viajero inoportuno en el noveno. Se
admiró de que su compañero de viaje no mostrara incomodidad por el olor. Cabían
dos posibilidades: o bien el caballero hacía gala de su condición sin suscitar
alarma por el aromático incidente; o bien –y esto empezaba a preocuparlo poco a
poco- aquel inocente desconocido no llegaba a oler absolutamente nada.
Ya en la calle el aire fresco de la tarde renovó sus perspectivas. Comenzó
a caminar en dirección al taller donde su mujer había dejado el auto, a unas
cuadras de la oficina. El no conocía el lugar pero había anotado claramente la dirección
y el nombre del mecánico: debía preguntar por Enrique. Por suerte el arreglo ya
estaba pago, pensó, porque había olvidado la billetera en el otro maletín al
salir temprano. En realidad, no lo había encontrado pero recordaba claramente
haberlo dejado sobre la mesada junto con sus llaves y el teléfono. Sin embargo,
al partir solo encontró las llaves. “Estos chicos inquietos”, dijo en voz baja
con una sonrisa en los labios.
-Enrique no está en este momento, señor. Salió hace una hora, más o
menos, a ver un trabajito. Va a demorar de seguro, pero me dijo que usted
vendría a buscar el auto. No se preocupe que está todo listo, un poco de tierra
en el carburador, eso es todo. Aunque hubo que hacer una revisión completa por
las dudas.
“Revisar un auto casi 0Km por las
dudas… y por la plata”, pensó el hombre enseguida. Pero estaba en planes de no
discutir nada. solo quería tomar el auto y volver a casa. Después de todo su
cumpleaños empezaba en unas pocas horas.
٭٭٭
VIERNES 21, 12:35hs
Aquello lo tenía inquieto, molesto, preocupado. A tal punto que no probó
el almuerzo que su mujer le había dejado preparado junto a las llaves de la
oficina sobre la mesada. Tenía un nudo en el estómago, una sensación
desesperante y, a la vez, deseaba con todas sus fuerzas desentrañar aquella
confusión que lo había despertado temeroso en la mañana. Deseaba llegar cuanto
antes a casa para comentárselo a su esposa y que ella, que tenía experiencia en
la interpretación de esos asuntos, pudiera tranquilizarlo. El resto del
descanso lo utilizó en estos pensamientos y en buscar calma. Se daba ánimos
recordando que era viernes y se terminaba la semana de una buena vez. Pensó en
su cumpleaños y los regalos.
A eso de las 13:30 el teléfono le trajo la voz de su mujer y le reconfortó
el alma escuchar sus palabras: “Tanquilo amor, ya falta poco, ya vas a venir y
te vamos a mimar… sí, no te preocupes yo me fijo a ver qué pasa… debe ser
Dexter que trajo algún animal muerto y lo ocultó en alguna parte… llamaba para
avisarte que dejé eñl auto en un taller cerca de la oficina… no sé que le pasó,
de pronto se quedó y no pude hacerlo funcionar de nuevo… anotá la dirección… sí…
Artigas 435… se llama Enrique… no… no, ya está pago… lo dejé para que vengas
rápido y me fui en taxi… te amo… sí… no te preocupes… esta anoche nos vemos…
sí, sí… me fijo, no te preocupes…. Chau…”
Fue un bálsamo para él escuchar aquellas palabras que un día común le
hubieran parecido vanas o lo hubieran irritado. Pero en un día como el que
tenía, oír una voz familiar lo era todo. Tomó fuerzas para soportar el resto de
la jornada. Pero no dejó de torturarlo aquel pensamiento que a cada instante
volvía a su mente, que a cada segundo amenazaba con destruir el tenue
equilibrio de su senzatez.
٭٭٭
VIERNES 21, 06:30hs
En el pequeño corredor que
divide la sala principal de las habitaciones había un olor extraño. No supo
definirlo claramente. Era unos de esos aromas que por la mezcla de fragancias
no termina de parecerse a nada. le llamó la atención aquel vaho ediondo pero no
reparó demasiado en él, seguro de que Dexter había redecorado el lugar con uno
de sus estomacales desatinos. Entró al baño para arreglarse antes de emprender
el viaje hacia la oficina, que despúes de mucho tiempo debía hacer en micro y
subte ya que su mujer ocuparía el auto por la mañana. Para su sorpresa, el
toalet edía curiosamente igual quie el pasillo. Este nuevo cdescubrimiento lo
inquietó bastante. Acaso la casa estaba infectada con algún tipo de hongo
propio de la humedad o algo parecido. Recordó los trabajos exhaustivos del mes
anterior en las paredes, la pintura nueva, y se alarmó al pensar que eso era
origen y causa principal de aquel aroma. Preocupado dejó atrás estas
cavilaciones y se preparó a partir. Tomó las llaves que había sobre la mesada y
descubrió, con enorme alegría, una pequeña bolsa con el almuerzo. Pensó en su
esposa dormida y partió.
En el subte se cruzó con un
hombre extraño. No porque el tipo fuera particularmente raro, sino más bien
porque le parecía conocido, como si lo hubiera visto pero no podía recordar
cuando. Le recordaba esos sueños intensos que al despertar se van desvaneciendo
hasta hacerse imposibles de describir,
aunque la sensación vivida es arrolladora. Lo miró unos minutos sin que
el hombre se percatar de la observación. De improvisto, sus miradas se cruzaron
y el rumor de cierta cercanía erizó su piel y lo desencajó rotundamente. Perduró
en la ignorancia de la identidad pero más aún perduró en eél la estrecha
confianza de quien cree reconocer a alguien aún sin saber de él. Cuando resolvió
acercarse para hablar con el hombre y despejar sus dudas, el subte abría sus
puertas en la estación Artigas y el desconocido desaparecía entre la multitud
dse rostros de aquella marejada humana.
٭٭٭
VIERNES 21, 04:20hs.
Se despertó sobresaltado y
jadeante. Su corazón se agitaba enloquecido en su pecho. Aún en la oscuridad
absoluta del cuarto pudo distinguir ese rostro anguloso, de bigote tupido y
boca pequeña. De entre los sueños parecía escapar la visión de ese rostro, de
ese hombre sin ojos que parecía resuelto a atormentarlo con sus ciegas y
estériles miradas. Durante unos segundos la imagen pareció fija, inmutable
frente a él, en la penumbra. Luego se desvaneció como la bruma y perduró en él
el recuerdo de lo que había visto
claramenteante sus ojos. Se levantó sin hacer ruido y fue hasta el baño. Esa pesadilla
horrible lo había alteradoy necesitaba almarse. En el botiquín, el frasco de
somníferos estaba vacío, lo que le llamó poderosamente la atención pues su
esposa no acostumbraba ingerir esos medicamentos. Salió del cuarto y recorrió a
tientas el pasillo hasta la habitación de los niños que dormían tiernamente
iluminados por la tibia luz de un velador. En la antesala se encontró con
Dexter tendido a más no poder sobre la alfombra sin enterarse siquiera de lo
que sucedía a su alrededor. Intentó recordar su pesadilla, quiso reconstruir
aquel espantoso sueño. Pero solo acudía a su mente la imagen de aquel rostro
sin nombre, de aquellos labios cerrados e una boca diminuta de esos ojos
vacíos. De pronto una ráfaga de imágenes acudieron atropellándose en su cabeza. Un hombre, una
noche fría, un disparo, el silencio de una carretera, el automóvil, cerca pero
lejos, inutilizado, gimiendo humo. Se vio a sí mismo, besando el asfalto y un
auto perdiénsose en la oscuridad de la noche. Su cadáver tendido en medio de la
nada, lejos de su esposa, de los niños, de los regalos, de Dexter retozando
sobre el sillón de cuero marrón.
٭٭٭
SÁBADO 22, 03:45hs.
En el silencio de la madrugada
el sonido del teléfono invade la casa. Retumba entre ecos diáfanos por el
pasillo, la cocina, hasta perderse en la habitación. Ella lo escucha, entre
sueños, pero lo deja sonar, lo abandona. No necesita levantar el tubo para escuchar
al oficial diciéndole, o mejor, buscando la forma de decirle, lo que ella ya
sabe. “Un auto señora, gris, patente CPD 139… la carretera solitaria… el motor
averiado… es su marido… señora… lo siento…. No sufrió nada…. lo siento… señora…”
Palabras, nada. sabía de memoria lo que le iban a decir y claro está, lo que
ella debía decir. Pero dejó que sonara. Sería más creíble atender en el segundo
llamado, con voz ronca y entrecortada.
-¿No atendés?¿Qué pasa te
arrepentiste?
La voz surgió de la oscuridad
entre el humo de un cigarrillo. Los rasgos angulosos, el tupido bigote y la
boca pequeña de Enrique aparecieron entre los silencios de la noche y esbozaron
una macabra sonrisa de victoria aplacada prontamente opr un beso furtivo.
En la sala, mientras tanto, el
teléfono comenzaba a sonar.
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