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MAKHABITH ROSS

POCHO

El humo de la leña enrojeció e hizo arder los ojos de Vicario, un joven campesino que, desde muy temprano, se levantaba cada mañana para preparar la comida de los jornaleros. Vivía junto con su abuela, doña Florencia, en una vereda llamada “La Julia”, en el municipio de Finlandia, departamento del Quindío. Esa mañana como de costumbre, se levantó directo a la cocina, hacía algún tiempo que su abuela se encontraba delicada de salud, así que trató de encargarse de la finca, para que ella pudiera reposar tranquila. 

Cuando el fogón estuvo encendido por completo, puso una pequeña tinaja para preparar el agua de panela que a su abuela tanto le gustaba. Con canela, clavos de olor y un tantito de queso campesino. Con mañita, tocó la puerta del cuarto de doña Florencia, y al entrar, su rostro quedó petrificado al verla en el suelo y casi sin vida.

—¡Mita, mita, ¿qué me le pasó, porque está aquí tiradita, porque no me llamó ome? —gritó el muchacho, quien intentó levantar el pesado cuerpo de la vieja.

—Ay mi Vico, mi vico querido, ya no doy más, quiero descansar mijo.

—Mita, no me diga eso, usted sabe que mi vida sin usted se me acaba, yo no tengo a nadie más.

—Ya estás grande mi muchacho, tenés que ser fuerte, sabés que no te voy a durar para siempre —prorrumpió su abuela quien llorando se despidió de su único nieto—. Antes de irme, debo pedirte algo, y espero de todo corazón que me obedezcás.

—Contáme, ¡qué querés amá, aquí estoy, hago lo vos que me pidás, no quiero que te afanés!

—Escucháme bien muchacho: hay un lugar que se llama La nubia, eso está pa Manizales, quiero que tomés a poncho y vayás a ese sitio. Allá vas a buscar a un señor que se llama Atilano Rosales, él es muy conocido en esa región, decíle, que vas de parte Norida a entregarle al caballo, que no puede seguir cuidándolo más, y que nos perdone por todo —dijo la vieja mientras se retorcía en el suelo del dolor en su estómago.

—Pero amíta, porque nombrás a mamá, ella ya se fue. Además, a poncho puedo cuidarlo yo, dejá de estar diciendo tantas bobadas ome, vos no te vas a ir, vos te me vas a mejorar y lo vamos a cuidar ambos, no te me podés ir madre, no me podés hacer esto.

—Ya sabés hijo, si en verdad me querés, vas a buscar a don Atilano, por favor ¡¡¡JURÁMELO, JURÁME QUE VAS A BUSCARLO!!! —fueron las últimas súplicas que hizo la mujer a su nieto antes de dejar este mundo.

Este no fue el único golpe para Vicario, ya había perdido a su madre en situaciones similares, a su hermano mayor que se lo llevó la guerrilla y solo le quedaba su amíta que ahora estaba muerta. Todos en la finca ayudaron al muchacho para que pudiera despedirla dignamente. Por fortuna, contaba con un grupo de amigos de la familia quienes se encargaron de todo y que planeaban el destino del joven Vicario.

—Yo creo que es mejor que viva con vos Loreta, vos compartías más tiempo con ellos, te tiene más confianza —dijo Simón, uno de los jornaleros más allegados a doña Florencia y a su nieto.

—Pero y la finca…, que va a pasar con “La Villota” si me lo llevo pa mi casa, quien la va a cuidar.

Y como si fuera con él la conversación; Vicario intervino de manera determinante:

—¡De la Villota me voy a encargar yo!, dejen de estar haciendo planes sobre mi vida, ya no soy un niño, tengo quince años, así que puedo decidir que voy a hacer —expresó el muchacho quien empacaba en un morral, unas cuantas camisas y pantalones para el viaje.

—Y vos para donde vas jovencito, como se te ocurre que te vamos a dejar solo, no señor. ¡Aquí estamos y aquí nos quedamos!

—Voy pa Manizales, salgo esta misma tarde.

—¿A Manizales, ave maría, y usted que va a hacer por allá mijo? —exclamó Loreta bastante intrigada por esa actitud tan decidida del joven.

Eran las dos de la tarde cuando Vicario ensilló su viejo caballo poncho y empezó a andar a trote lento. 

De camino hacia Manizales, meditó en ese encargo tan extraño que le había hecho su abuela, y pensó: —¿Quién será el tal Atilano Rosales? ¿Qué cosa tiene que ver con poncho?, hasta donde sé, poncho es mío, no sé porque debo entregárselo a ese señor. 


Pero era incapaz de no cumplir la última voluntad de su abuela. 

Ya llevaba media hora de camino, cuando a lo lejos, escuchó unos gritos que le sonaron familiares:


—¡¡Vico, vico, espérame ome!!, ¿estás sordo o qué? 

—¿Chepe? ¿y vos que estás haciendo por acá?, yo te hacía cogiendo café —exclamó Vicario al saludar a su mejor amigo José Vicente, y de alguna manera, empezó a no sentirse tan solo. Chepe era la persona, después de su abuela, a quien más le tenía confianza, no sabía porque no le había contado sobre su nueva misión.

—¿Y porque te vás así pués, como sin avisar? Mi amá me contó que saliste como alma que lleva el diablo, y disque pa Manizales, ¿qué tenés que hacer por allá mijo?

—Ay viejo chepe, la verdad es que ni yo sé por qué voy pa´ allá ome. Decíme una cosa, ¿vos conocés a un fulano llamado Atilano Rosales?

—Atilano Rosales…, pues no me suena, ¿por qué? —respondió su amigo más intrigado aún.

—Pues mi amíta antes de morirse me dijo que debo llevarle a poncho, disque él es el verdadero dueño.

—Pero como así, si a poncho lo hemos cuidado entre los dos, eso si está muy raro ome.

—Pués lo mismo he pensado yo, pero debo ir, algo me dice que debo ver a ese señor.

—No se diga más mijo, pegamos pa Manizales entonces, esta no me la pierdo.


Y así los dos amigos emprendieron ese viaje hacia La nubia, un lugar que le traería grandes sorpresas al joven Vicario Santamaría.

Cruzaron la montaña, ambos al galope. Vicario se sentía mucho mejor, la verdad es que la presencia de su amigo le había traído un poco de tranquilidad y paz, algo que había perdido con la partida de su abuelita.

El camino se tornó bastante tranquilo. Vicario conocía hasta cierto punto, pero ya después de algún tiempo, empezó a preocuparse. Pasaron por una carretera bastante espesa en selva a su alrededor y casi les cogía la noche, hasta que, a lo lejos, pudieron divisar una pequeña casa que los tranquilizó.


—Buenas noches… —exclamó el joven quien desde el caballo y agachado, trataba de buscar a alguien al interior del rancho—. Mi señor, como me le va, que pena molestar, ¿usted me puede decir si estamos lejos de un lugar llamado “La Nubia”?

—¡Ave maría ome, eso está ahí mismito, ya casi llegan jovencitos!, pero les cuento que este camino a esta hora es peligroso.

—No podemos hacer nada mi señor, la verdad es que no tenemos donde pasar la noche, a menos de que lleguemos a la Nubia, alguien ahí, quizá nos pueda ayudar.

—Aaaaaa, pero por eso no es problema, si no les incomoda, pueden quedarse aquí, y mañana bien temprano agarran camino.


La idea no le gustó del todo a José Vicente, pero estaba tan cansado al igual que su amigo, que se bajaron de los caballos e ingresaron al lugar.

Hacia el fondo de la casa, había dos señoras bastante amables moliendo maíz, quienes los invitaron a seguir y les ofrecieron una taza de café para el frío.


—¿Y para donde es que van los jovencitos? —preguntó una de las mujeres, mientras con una mano movía la manivela del molino, y con la otra, empujaba el maíz por la boca del mismo.

—Vamos para un lugar que se llama “La Nubia”, buscamos a un señor llamado Atilano Rosales ¿lo conocen por casualidad? —expresó Vicario mientras tomaba un poco de café.

—Quien no va a conocer a don Atilano, claro que si muchacho, perooo…, no creo que en este momento tenga cabeza para atenderlos. Ese hombre está sufriendo las de Caín.

—¿Las de Caín? —preguntó chepe algo intrigado—. Queee, ¿algo malo le pasó?

—Jmmm, ¿que si le pasó?, ese hombre podrá tener mucho dinero, pero esa racha que tiene, ni con ruda se les quita. En lo que va del año ha tenido varias perdidas, pero la de hace poco es la máxima.

—¿Porque lo dicen? La verdad ya me estoy arrepintiendo de ir hasta allá con lo que me cuentan —exclamó el joven vico, un poco nervioso y preocupado, aunque no sabía porque le inquietaba tanto esa persona.

—El viejo Atilano, acaba de perder a su único hijo en un accidente de motos. Nunca lo conocimos, ya que el muchacho era todo estirado y no venía por estos lados, pero los que lo conocieron, dicen que era muy loco, afiebrado a las motos y bastante impulsivo.

—Pero bueno, si han venido desde tan lejos, será mejor que lleguen hasta la hacienda de don Atilano —tranquilizó el viejo Euclides a los dos chicos que lo único que ansiaban era llegar, entregar el caballo y devolverse para su casa.


A la mañana siguiente, don Euclides los despertó muy temprano y después de darles un desayuno bien trancao, de esos que se sirven allá en el Quindío, los despachó hacia su lugar de destino.


—Después del puente, van a toparse con dos caminos, el que está mas despejado, el de la derecha, ese los lleva hasta la hacienda La Nubia, eso no tienen pierde —gritó el viejo mientras los chicos avanzaban en sus caballos.


Dos horas más tarde, llegaron a un caserío bastante particular. Las casas eran cabañas, muy bonitas, por cierto, bien decoradas y lujosas, si se tiene que decir. Todos observaron a Vicario y a su compañero como si fueran fantasmas, hasta unos niños salieron corriendo cuando él chico detuvo su caballo.

Vico preguntó en dos ocasiones sobre la hacienda, pero ni don Olegario, ni doña Socorro, tuvieron el coraje para responderle; estaban tan impresionados que lo único que hicieron fue meterse a sus casas.

Cuando ya los chicos se encontraron en la puerta de la hacienda, la conmoción fue tal, que muchos se hicieron a sus espaldas sin creer lo que estaban viendo.


Desde la casa de la hacienda, a lo lejos, se observó a un hombre bastante desesperado que corría a la puerta principal, al llegar a ella, su impresión fue tal, que cayó de rodillas ante los pies de Vicario y de su amigo.


—Buenas tardes, ¿usted es…, don Atilano Rosales? —preguntó el joven extrañado al ver la reacción de todas esas personas, y la del mismo Atilano, que tenía el rostro como el de una calavera.


—Verá. Mi abuela Florecía murió hace tres días, y me encargó muy especialmente que viniera a buscarlo de parte de mi amá Norida y que le entregara a pocho, mi caballo. Me dijo que ella ya no se podía hacer cargo, que la perdonara por todo, que ahora era su trabajo.  

Atilano se levantó con rapidez y se abalanzó hacia el caballo y con lagrimas en sus ojos, lo acariciaba amigablemente:


—Mi viejo amigo, mi gran compañero, cuantos años sin vernos —era lo único que susurraba el pobre hombre que tenía una mezcla de sentimientos en su interior. Estaba petrificado, pero a la vez emocionado de lo que estaba viviendo.

—Señor, disculpe. No se de donde usted conoce a mi familia, es más, no se porque conoce a pocho, si yo jamás lo he visto a usted y el caballo está conmigo desde que yo era muy chino. ¿Usted puede explicarme porque mi abuela me ha pedido que venga hasta acá? 

—¿Sos vos?, no puedo creerlo, ¡¡si sos vos!!, sos igual a Santiago, de eso no hay duda.


Ni el mismo Atilano sabía como explicarle al joven Vicario todo lo que estaba pasando. Gertrudis al ver al muchacho se desplomó de ipsofacto y los demás empleados de la hacienda, lo único que hacían era susurrar y observar al forastero. Después de auxiliar a su mujer y dejarla dormida en su alcoba, Atilano llevó a Vicario hacia una de los cuartos que quedaba en el fondo de la casa grande.


Al ingresar, el chico fijó su mirada en una de las paredes de aquella habitación. Su corazón latía tan fuerte, que pensó que se desmayaría también. Y mientras leía todos esos recortes de periódico, no pocas lágrimas empezaron a salir de su rostro:


“Mujer desaparece en extrañas condiciones y rapta a uno de los bebes de la familia Rosales”

“Un caballo de la familia, fue hurtado de las caballerizas a media noche, se presume que este sería el transporte de la presunta secuestradora”

“Sigue sin aparecer, el mayor de los gemelos Rosales, la policía da por terminada la búsqueda, ya que presuponen que el chico quizá esté muerto, la mujer que se lo llevó, nunca más volvió a aparecer”.


Y ahí estaba Vicario Santamaría, ante una verdad tan escalofriante, que casi lo mataba por dentro. Y lo más difícil, era saber que nunca tendría respuestas; por que la que se supone, fue su familia, ya no existía. Ya no había nadie que le explicara por qué lo hicieron.

Soló miró hacia su alrededor y pudo ver por primera vez a sus verdaderos padres. Atilano llevaba en su mano una fotografía de Santiago, su hijo muerto, la que enseñó al joven, y de esta manera, Vicario pudo reconocer en esa foto, su mismo rostro.


A veces la vida es muy extraña, y te juega muy malas pasadas. Esta es la historia de Rodrigo Rosales, antes llamado vicario Santamaría, un joven que creyó perderlo todo, y que, gracias a su caballo pocho, volvió a recuperar lo que la vida le robó.


MAKHABITH ROSS

Escritor empírico colombiano, oriundo de Popayán Colombia y residente en Cali, desde hace 17 años. Amante de las historias de aventura, comedia, suspenso, erotismo y ciencia ficción. Desde hace algunos años empezó con su proyecto literario que hoy es una novela llamada “Algo por contar” y que está en proceso de corrección para ser publicada posiblemente, en el primer semestre de este año. Escribe cuentos costumbristas que publica y difunde a través de sus redes sociales. En ellos destaca como algo particular, los campos y los campesinos de su amado país, Colombia. 

Es fundador y director, junto con su pareja de la organización literaria Grammáta Escritores, gestor cultural, operador logístico para lanzamientos literarios.

Actualmente maneja un programa en su cuenta de Instagram llamado: El rincón del cuento, en el que narra cada una de sus historias y que se transmite en vivo, todos los jueves a las 8:00 pm/Colombia. Con el mismo nombre también maneja un Podcast en Spotify.

Uno de sus textos, “El General Mendoza”, fue publicado en la revista mexicana, Cielo Sur en el año 2021, otro fue narrado en el programa de podcast mexicano “El Buen Cruel”, “Añoranzas en el bar”, y otros tantos se han publicado en la revista latinoamericana: KOMUYA.

Para conocer más de su trayectoria como escritor, los invitamos a que visiten sus redes sociales:

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Instagram: @makhabith

YouTube: Makhabith Ross

Página web: Makhabith Ross



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