ELOGIO A LAS PERSONAS ALEGRES
«Todo deseo de cambio es un mal
síntoma de una memoria en declive»
László Krasznahorkai
Esto sucedió hace un par de años. Vivía cerca de las viejas librerías del centro de Bogotá. Salía a caminar casi todos los días e iba a menudo a la antigua cinemateca o a la biblioteca Luis Ángel Arango, donde a veces se ofrecían deliciosos conciertos de música clásica. Y léase clásica aquí como un eufemismo para viejas e instrumentales composiciones de cámara… pues también hay otros sonidos que bien podrían merecer tal adjetivo: Garzón y Collazos, Santos Discépolo, Hank Williams, W.C. Handy, Eddie Cochran, Chuck Berry y más recientemente, Cash y Kilmister. Pero, lo siento, esto no tiene nada que ver con lo que estoy contando. Divago. A mi edad la memoria es, como ya señalaba Agustín de Hipona, el estómago del alma. El ulcerado estómago de un alma dañada. Lo que quería decir es que caminaba y solía divertirme aunque no fuera feliz. Esa es, no obstante, una de las cosas que envidio más de los alegres… poder divertirse aunque sean felices y viceversa. Este parece ser un atributo común entre quienes logran contentarse con los pequeños y agridulces frutos de la autocomplacencia…
...Y yo no he visto nunca a alguien que represente mejor el arquetipo del autocomplaciente moderno que G., mi cuñado. Y es que, como venía diciendo, hace poco más de un par de años me escribió para invitarme a cenar. Tan solo había hablado con él un par de veces en mi vida y hacía más de veinte años que no nos veíamos (desde que murió mi esposa, creo). Era inoportuno, inconveniente, inesperado y me sentí tentado a decirle que no, pero añadió que debía decirme algo importante. Así que le dije dónde podía encontrarme la noche siguiente y le recomendé ser puntual. Al otro día caminé como de costumbre por las horribles e inconclusas aceras peatonales y gasté la mañana hojeando una vieja, casi tan vieja como yo, edición parisina de L’embarras du choix, en la que Brice Parain interpreta el papel de un filósofo decente. Almorcé y me entretuve después con la película Vivre sa vie de Jean-Luc Godard en la que Brice Parain interpreta el papel de un filósofo decente, que actúa a su vez como un mediocre actor de cine, obligado a ser él mismo, pero en la vida real.
Estaba repasando todavía la película en mi cabeza cuando llegué a la cafetería en la que G. me esperaba. Yo llegaba tarde. Cuando le vi la cara, me di cuenta de que había olvidado quejarme solo, antes de llegar, y pensé en lo fermentadas que estarían mis palabras. Se puso en pie y me abrazó. Nos sentamos y pedimos un café antes de comer. ¿Cómo has estado?, preguntó sonriendo. Vivo, por desgracia, contesté con descuido y caí en cuenta de que había olvidado que él era una de las personas con las que no se podía hablar honestamente. ¿Estás enfermo?, replicó. Solo si los años cuentan, respondí. Hace un rato entró aquí otro anciano y pensé que eras tú, adelantó sin dejar de sonreír, casi me levanto para saludarlo, dijo. Sentí pena por G. La gente así está condenada a que le mientan porque son un peligro andante para la libertad y la higiene individual del pensamiento. Pues no es de extrañar, dije, un perro se parece a otro perro, aunque uno tenga la mala costumbre de ser como uno mismo.
¿Qué era lo que querías decirme?, adelanté sin tacto. Suspiró. Aguardó un segundo. Las cosas no están bien, dijo al fin. Y después de eso escupió una tras otra las tristes palabras de su congoja. El matrimonio al igual que la verdad son cosas difíciles, concluyó entornando los ojos. Yo me sentí humillado. Ensayaba ese tono melancólico e idiota para parecer interesante y no titubeaba al pensar un poco las sílabas de lo que decía… Probablemente había preparado en su cabeza toda aquella retahíla, recalentándola cada vez que otro pensamiento encharcara sus sesos con el dulce vacío monótono y la felicitación subsiguiente de su patético amor propio.
¿La verdad?, interrumpí. Sí, creo que la verdad tiene muchos matices, contestó y añadió de inmediato: uno puede amar, sentir también que ya no ama y ambas cosas pueden ser verdad ¿no es así? Respiré profundamente, conté hasta diez y respondí: ¡No! La luz era amarilla y escasa y yo no sabía cuál de aquellas circunstancias era lo que más me lastimaba los ojos, pero tuve que agachar la cabeza y seguir hablando sin levantar la mirada de la mancha café que sobrevivía en el fondo del pequeño vaso desechable. La verdad es irreparable. Cualquier interrupción en su engreída integridad la asesina, la convierte en otra cosa. Los sentimientos pueden ser contradictorios, sí. Sin embargo, su naturaleza no es igual que la de la verdad. No hay espacio en ti o en mí para la verdad. Puedes hablar de la verdad de tu corazón si te place, pero no ensucies las palabras con significados que escapan tan fácilmente a nuestras contingencias…
Pareció confundido, así que tuve que obviar lo que le había dicho y preguntarle: ¿A qué te refieres exactamente? Es algo que ella dijo, avanzó de repente. Tú siempre has sido bueno para estas cosas y por eso tenía que preguntarte. Reflexioné por un instante. ¿Quién ha sido el idiota que te dijo que yo era bueno para las cosas del amor?, respondí sonriendo. Ha dicho que quiere quitarse la vida, dijo con gravedad. Entonces entendí a qué se refería. No sé si me puso de mal humor o si logré convencerme de que la falta de tacto era indisoluble a su condición existencial, pero sí recuerdo haber formulado la única pregunta que podía hacerle: Y cuando lo dijo… ¿lo hizo con ira?
Sí, replicó después de sopesar la pregunta. Tu hermana se enteró de que yo…, estaba furiosa y entonces ella…; sentí un leve deseo de golpearlo por hacerme perder el tiempo. Nadie que en verdad desee suicidarse está motivado por la ira, comenté. La interrupción de la vida por algún drama pasional es más común entre las parejas jóvenes y ninguno de nosotros se está quitando días de encima. Uno simplemente se quita del medio o no lo hace. El dolor suele ser pasajero en los corazones débiles. Desear acabar con uno mismo es realmente un pasatiempo cotidiano, como regar las plantas. Decidir morir es como una filosofía que quiere saberse a sí misma y que pese a todo, encuentra siempre algo fallido e insuficiente como para alimentar al dios personal de los asombros. El poco amor propio que pueda uno conservar intacto desde los primeros días de la vida, cuando nace junto con nosotros el instinto de la autoconservación, es la potencia definitiva y última con la que se puede resolver no-estar.
¡Qué bueno!, me interrumpió con la misma sonrisa de antes. Entonces tú crees que no tengo nada de qué preocuparme. Un joven camarero se detuvo a la izquierda de la mesa y nos preguntó si estábamos listos para ordenar. Lo miré con un amable desasosiego, volví a mirar a G. y de vuelta al camarero. Observé la mancha café durante un segundo más. No, no tienes nada de qué preocuparte. Esto es lo mejor de las personas alegres, dije para que todos pudieran oírme, que siempre están mejor estando alegres… pero lejos de mí. Me levanté y salí corriendo de aquel maldito lugar.
Revista Visor N°24; mayo-agosto, 2022
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ARTURO HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
(Bogotá D.C, Colombia) Poeta, traductor y docente colombiano, especialista en pedagogía. Su obra ha sido premiada e incorporada en publicaciones de importantes medios culturales y literarios, así como traducida al italiano, rumano, búlgaro, francés, inglés, griego, albanés y coreano. Es autor de Olor a Muerte, publicado por la Red Distrital de Bibliotecas Públicas (BibloRed, 2011; 2012), así como de los poemarios Breviario de lo Incierto (2017; 2024), Presagios del insomnio (2025) y Terca materia inexacta (2025). Fue honrado con el título honorario Embajador de la Palabra (Museo de la Palabra - Fundación Cesar Egido Serrano, España, 2014; 2018). Ganó el I Premio Literario Internacional Letras de Iberoamérica – Poesía (México, 2017), el IV Premio Nacional Plenilunio de Poesía ‘Leopoldo de Quevedo y Monroy’ (Colombia, 2023), el IV Concurso poético ‘Cezarina Dos Santos Álvarez’ (Uruguay, 2023) y fue finalista del XII Premio Nacional de Cuento (Fundación La Cueva, 2025). Entre 2019 y 2023 se desempeñó como traductor de la organización para la difusión de educación económica Democracy at Work (Estados Unidos) y actualmente, es columnista de Crítica no especializada (Argentina). Dirige desde hace más de una década la Revista Internacional de Cultura y Artes Noche Laberinto y la Editorial Toska.