1937
Horacio del cianuro en el ocaso,
del rojo barro
y de la selva casta.
Horacio del amor de las doncellas,
gótico Horacio,
misteriosa gema.
Ahí están la jangada,
los mensú,
el almohadón,
los opas,
la anaconda,
y la cercana muerte tan cercana.
en el fatal gatillo traicionero.
Atardece en Misiones,
una flor de lapacho a la deriva
deja sus alas en el Yabebirí.
La noche entra en la noche
y más allá del yerbatal espeso
renacen las criaturas,
que vuelven a soñarte,
eternamente.
***
Flaco
Ya ascendiste a la nave del errante,
con Fermín, con Artaud, con los dementes
que beben soledades y amarguras.
Ya circundan Haedo, y las terrazas
se pueblan de malvones y duraznos
sangrando melodías que son lágrimas.
Ya el mudo te hizo un sitio en el comando,
y el santo te sonríe con ternura.
Ese es tu cielo. Tu mundo de corcheas
y metáforas, lejanas muchas veces,
abrieron una grieta en los cerebros.
Tachonan nuestro cielo, ahora eclipsado,
tu diamante dulzura, tu muchacha
de ojos de papiro, tus plegarias.
***
La voz
A propósito de "Moisés" de J.J. Saer
“Ahora, te elijo entre mi rebaño.
Podrías haber sido cualquiera (las piedras son infinitas en el yermo),
pero para ti estaban destinadas la voz en la zarza, el báculo y la tabla.
El látigo golpea las espaldas y la arena está manchada de sangre.
Ahora unjo con mantequilla tu frente.
No condesciendo a la pena.
No escribo promesas en aguas bermejas.
Conozco el desprecio y la desobediencia de los muchos.
Vivirás para salvar unos pocos guijarros,
matar al becerro
y perpetuar mi nombre.
Antes de llegar a la tierra prometida,
la muerte pisará tu manto
y no me habrás visto.”
***
Panadería
Aromas de espigas en la madrugada,
la vereda poblada de pasado es una romería
mechones canos que aguardan su pitanza
esclavos de Ramsés
legionarios
devotos que parten la ración en una catacumba
viajeros de la diáspora en pascuas clandestinas
los Forclaz tenaces en la molienda
campesinos que humillan el césped de la Reina
Valjean y su mendrugo.
El recuerdo es un remoto margen
un puente carcomido
y una balsa
En mi calle,
la niña del olvido
me dejó unos retazos
bordados de memoria
Hoy el pan me trae una ceniza
apenas encendida en la fragua del tiempo.
***
Jardín
Había niños trepados en serpientes de hiedra,
con trompos de madera de pino
y llagas en las piernas.
Estaban los acumuladores del llanto,
los reidores,
los que solo dormían abrazados,
los que emanaban por siempre
esencia de recién nacido.
Había guardianes del néctar
y de los troncos podridos
por la goma ambarina.
A veces se ahogaban
solo para renacer
soplando agua.
Le mostraban el culo
a los bisontes.
Inventaron los dados del tiempo,
las falsas cábalas,
los sueños.
En el jardín,
la luna y las luciérnagas
dañaban sus pupilas.
Imaginaron a Dios viendo un rayo.
***
UNA NIÑA
Alrededor de Mafalda se despliega un mundo. La niña habla y opina, cosa poco común en los niños de la época. Ya el silencio no opaca la palabra y a partir de ese momento se hacen escuchar cada vez más sus voces mostrando el pequeño gran mundo que bulle inquietante dentro de sus mentes. Circulan en ese apretado círculo familiar y amistoso, ideales pacifistas, pero también egoísmo, racismo, miedos, preguntas inquietantes y hasta un larvado fascismo. A la vuelta de la esquina asoma el “Flower Power” a la vez que asecha el palito de “abollar ideologías”. Ambos conviven o más bien pugnan y ambos asoman, casi inocentemente, en la pluma del historietista. En parte son niños hablados por adultos. Toda la década del 60 y del 70, con sus amaneceres y ocasos, se despliega en los diálogos y la clase de historia florece fuera de los muros de la escuela. Pero, son sólo niños hablados por adultos? En el silencio, en las miradas, en las brevísimas frases parece asomar otra cosa. Ya el silencio había dejado de habitar los cuartos de las casas. Los niños escuchan, procesan a su modo los discursos televisivos, leen los titulares de los diarios aunque sea de reojo y sacan sus conclusiones. Conclusiones que son arietes en el mundo de la pacatería. La niña hace caer las mandíbulas. Quisieran taparle la boca. Quisieran borrar el último cuadro. La frase cortante, incisiva, provoca caspa en los verdes birretes. Pero es una niña y a los niños no se los calla tan fácil. Son los “santos inocentes” y así se cuela ese goteo de libertad por los cerrados muros.
La hostilidad del mundo continuará dando batalla, quizás ya los parches no alcancen a curar sus llagas, pero siempre tendremos a la niña, mirándonos con sus ojos de crítico asombro, para recordarnos por quién y para quién estamos acá.
***
QUEB
Hablan en un idioma ajeno. Sus voces llegan a mi lecho atravesando la tapa de sicómoro que me protegió de la luz y de la perversidad de la historia durante 2600 años. Mi nombre es Queb y soy sacerdote del templo de Bastet, la diosa felina a quien yo venero y a quien rogaba por la protección de los hogares que se levantaban en Saqqara. No he sido avaro en las celebraciones y escancié el mejor vino en su honor, halagando sus virtudes y evitando que esa inofensiva gata se transforme en una leona cuya furia conmueva al universo. Eran días de embriaguez y júbilo. Los arpistas nos transportaban con su música y las sacerdotisas arqueaban sus cuerpos de ébano en sensuales volutas. Pero la traición segó esos años de dicha. Hay un momento casi al alba, luego de las celebraciones, en que los cuerpos agotan los placeres, la vigilia cede su lugar al sueño y el rocío que trae el Nilo deposita una capa de húmedo silencio sobre todo lo viviente. En ese instante de arenas aun frías, un esclavo huyó hacia Persia llevando el secreto de nuestro culto.
En la corte de Ciro recibieron las buenas nuevas en un ambiente de algarabía. Poco antes sus ejércitos habían pisado la maravillosa ciudad de los jardines colgantes, la inmortal Babilonia, derrotando a Nabucodonosor y liberando a los judíos del deshonroso yugo que padecían. El secreto que portaba el esclavo podía ser la llave de un nuevo triunfo. Ciro ordenó de inmediato diseñar escudos rectangulares de madera y cuero, labrando en ellos la imagen de Bastet, nuestra amada diosa. El artilugio fue exitoso. Durante la trabada batalla ninguno de nuestros soldados se atrevió siquiera a rozar con sus espadas la imagen divina. Unos pocos logramos sobrevivir a la persecución y nos refugiamos en la ciudad amurallada.
En esos días, el cielo se oscureció como si Hamón-Ra se avergonzase de nuestra derrota. Luego supimos que un sabio de Mileto había anticipado el fenómeno basado en cálculos astronómicos que nuestros escribas no conocían. El hecho no nos preocupó. También nuestros navegantes nos habían acercado las doctrinas de Orfeo, Pitágoras, Buda, Confusio y Lao-Tse quienes se referían al peregrinar de las almas luego de la muerte, pero solo nosotros conocíamos el conjuro para alcanzar la inmortalidad y eso nos bastaba. Tampoco ninguna mencionaba que en los glaucos ojos de los gatos se podía leer el pasado, el presente y el futuro. Sus momificados restos que perduran en las labradas necrópolis son testimonio de nuestra devoción y gratitud.
Al poco tiempo, una delegación llegada de Men Nefer, en la que creí reconocer a uno de mis múltiples vástagos, me acercó, entre otros presentes, una caja del tamaño de un puño y un gastado papiro. En el pude leer la historia del primer sacerdote del templo durante el reinado de Amenemhat I, el que trajo la felicidad a las dos tierras. En los jeroglíficos se desplegaba como tantas veces, como siempre, el relato de un fracaso. Otra batalla perdida entre la arena, los inservibles escudos bajo el sol, los gritos y la sangre de los nuestros en el ocaso, la inevitable traición y la periódica repetición del nuevo trono.
La sentencia final, breve y oscura, era un mandato.
Tomé la caja y le entregué la daga por el mango al hijo de mi concubina preferida quien firmemente lo acerco a mi cuello.
Aún recuerdo las tibias manos que lavaron y perfumaron mi cuerpo, el filo del pedernal abriendo el profundo socavón en mi pecho y el olor a mirra con la que rellenaron mi vientre. Me vi a mí mismo reposando setenta días untado de nitro, sentí cómo la suave tela de lino me iba cubriendo lentamente, vi los ojos llorosos de mis deudos. Erguida en su rincón, la divina Bastet presidía esa sagrada ceremonia. Desde ese día hasta hoy, en que escucho estas ignotas voces, me acompaña en silencio.
Maldito quien ose descorrer el velo. Maldito quien interrumpa este apacible e inmortal descanso. Maldito quien observe mis ojos y mi invariable rostro porque se perderá para siempre en la cristalina pero fatal mirada de Bastet, que no perdona.
***
SERGIO VELAZQUEZ
Es profesor de Filosofía (UBA) .Docente y directivo de escuelas medias y terciarias de CABA y Provincia de Buenos Aires. Dicta cursos y talleres de Filosofía en formato virtual y presencial. Administra el grupo “Borges” en Facebook. Participa del grupo literario “El aparejo” coordinado por Virginia Caramés. Obtuvo el Primer Premio V Certamen Internacional de Poesía y cuento Homenaje a Horacio Quiroga “Tintas de amor, de locura y de muerte” (2020) SADE Misiones. Actualmente reside en Villa Madero, Provincia de Buenos Aires. “El recado y otros escritos” publicado en 2025 por la Editorial Barnacle (https://barnaclemora.wixsite.com/home) reúne una serie de poemas, cuentos y misceláneas que recorren variadas temáticas que van desde la memoria, la infancia, la cita con personajes distintivos de Argentina (Spinetta, Maradona,Mafalda) pasando por el rescate de episodios históricos y el cuento policial.
Excelente!!!! Gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias por la lectura y el comentario. A razo!
EliminarGracias Hugo!
ResponderEliminarAbrazo!!!
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