Cuento al mejor postor
- Estás muy pálido, tenés que salir más al sol. Una semana en el campo no te va venir mal -me dijo Luis.
Todo aquel que conoce a Luis sabe que cuando insiste con algo es porque tiene un plan. Siguió hablando de los beneficios del sol y no sé cuántas otras cosas más mientras acomodaba la mercadería que me había traído en el mueble.
-Este café parece bueno -dijo señalando el paquete.
Luego continuó hablándome del sol y lo verde. Cuando terminó de acomodar, se sentó en una silla y me miró. Yo me reí.
-¿Qué te pasa? ¿Tengo cara de payaso?
-No, lo que me da gracia es que venís insistiendo con eso del sol y el campo, ya nos conocemos. Decime qué querés, vamos a hacerla corta.
Con actitud elocuente, empezó a explicarme que ya había arreglado pasar un fin de semana en una estancia con Lorena. La estancia no quedaba muy lejos de Capital, tenía varias cabañas y, sobre todo, la cruzaba un rio. La estadía incluía pensión completa y la noche del sábado se cerraba con una peña.
-Me hicieron un descuento por cuatro personas, con eso alquilé otra cabaña -dijo como al pasar.
-Ahora entiendo -le dije –Yo voy con una novia que coge con vos.
Se sonrió y me dijo:
-No seas dramático, hay cosas peores.
-Pará, pará, ¿qué cosa puede ser peor que cagar a una amiga (Debería decir “un amigo”)? No, no, conmigo no cuentes. Llevate todo lo que me trajiste, no quiero nada, ándate.
Me levanté para sacarlo a empujones. Él se paró adelante y me miro con cara de niño triste, me tomó de los hombros y dijo:
-Hacelo por los buenos tiempos. Lorena pidió unos días de las vacaciones que le debían en el estudio. Te juro Norman que es la última vez. Vos lo único que tenés que hacer es hacerte el novio de Vivian. No seas boludo, yo lo que te traigo, lo traigo de corazón, y la verdad me duele, Norman, me duele que pienses eso de mí.
Y se fue. Segundos después salí detrás de él, ya estaba en la vereda. Abrí la puerta de entrada del hotel y le dije:
-Por esta vez, nada más.
Se dio vuelta y vino a abrazarme diciendo:
-Gracias, hermano, yo sabía que no me ibas a fallar.
Vivian, con diecinueve años, ya había hecho pasarelas y una que otra publicidad fotográfica; uno podría pensar que era mucho para Luis, que mucha pinta no tenía, pero sí chamuyo. Levantaba con una facilidad que asombraba; tenía la seriedad de un ejecutivo a la hora del trabajo. Por eso le iba bien en los negocios y podía sostener su matrimonio, que, dicho sea de paso, atravesaba una crisis que no lograba resolverse.
Había llegado en taxi al deparmento de ella, después de entregar el trabajo terminado a la revista para que fuera publicado el lunes. Ella me recibió a medio vestir, tenía la mochila preparada y una caña de pescar. A lo que se agregaba mi bolso y la notebook.
-Hola, Norman, Luis me habló mucho de vos. Pasá mientras termino de vestirme, ahí está la cafetera, servite tranqui.
Engañar a Lorena no me causaba gracia, la dignidad de amigo se daba de frente con la deslealtad imperdonable de un traidor.
-Algunas galletitas…
-Estoy bien así, gracias -le respondí.
-No te sientas incómodo. Vamos a pasar un finde juntos, está bueno que rompamos el hielo. En definitiva, voy a ser tu novia.
Ella empezó a contarme de su vida, una carrera de modelo que ya estaba casi por finalizar.
-Eso nos pasa a las lolitas dijo-. Si no pegás el salto a la fama, todo se va como vino.
Además, Luis, por lo que me dijo ella, le dijo que su divorcio estaba en proceso, pero yo la conocía bien a Lorena, era una mujer muy astuta como para dejar que todo se fuera al carajo, le había perdonado varias. Ella era como una madre que todo lo perdonaba, y él se comportaba como un tonto, como un eterno adolescente que se mandaba una y otra vez las mismas macanas. Lo cierto era que ella, Luis y yo habíamos quedado atrapados en un perfecto triángulo, y Lorena era la víctima del engaño de Luis y también del mío.
Sonó el teléfono, ella atendió. Luego de colgar, me dijo que nos esperaban en veinte minutos. Mientras yo llevaba los bolsos a la puerta del ascensor, ella se aseguró de cerrar la llave del gas. Bajamos hablando de las boludeces que uno habla en el ascensor, abrí la puerta y le cedí el paso, ella saludó al portero, y éste, que era un hombre gordito y petiso, le respondió el saludo mirándome con picardía al tiempo que me guiñaba un ojo.
Lorena me saludó con felicidad. Bastaba con mirarle la cara para darse cuenta de que estaba dispuesta a disfrutar de ese fin de semana.
–Por fin, Norman Goldstein, nos presentás a tu novia.
La miró con esa mirada de amiga celosa.
–Bien, bien -dijo Luis acomodando las cosas mientras a mí me transpiraban las manos.
Quería que se abriera un poso y me tragara de una buena vez.
–Dale, Norman, movete. Ya sé que te sacamos del nido, pero un poco de verde y sol no te va a venir mal -dijo Lorena-Aparte, no soy tu hermana ni tu madre, soy sobre todo tu lectora número uno. Vamos, relájate, tonto.
Luis me guiñó un ojo. Sentí que éramos dos rectas que corrían paralelas, una pareja amiga, un matrimonio consolidado. Me dieron ganas de cagarme de risa en la cara de los tres, gritarles “idiotas”, mandarlos a la mierda, volver mi bulo, a mis libros, a mi soledad. Pero Luis me animó:
–Dale, Norman, ayudame con esto.
La Land Rover Discovery tenía el porta equipaje cargado.
-Parece que nos vamos de zafarí -dijo Luis y, acercándose lo suficiente como para que Lorena no escuche, agregó-. No te olvides de que ella es mía. Ya te lo voy a agradecer como te lo mereces, hermano.
- Dejá de hinchar las bolas, quiero irme a la mierda -le respondí.
-¿Pero qué te pasa, boludo, ahora te agarró un ataque de moral? ¡Dejate de joder, somos grandes!
-No, no soy un moralista. Lo que pasa es que Lorena es mi amiga y no puedo hacerle esto. -dije casi entredientes.
-Yo también soy tu amigo y te necesito, estoy en apuros. ¿Me vas a dejar en banda?
-No, hoy no, pero la próxima que te acompañe magoya.
Me miró otra vez con cara de niño triste.
-No, no habrá próxima, ya lo hablamos. Lo que vos no sabes es que hace rato no pasa mucho con Lorena, será el trabajo, será que algo ya se va terminando; la verdad, Norman, no lo puedo saber. Pero con esta guacha estoy sintiendo lo que hace rato no sentía, coge como la concha de la lora, y eso me renovó, me siento veinte años más joven, recuperé vitalidad.
Lo dejé atando el equipaje y fui al kiosco, quería comprar un paquete de cigarrillos. Mientras caminaba, me puse a recordar cuando jugábamos en el parque Chacabuco, cuando la niñez en su forma de inocencia nos pintaba un mundo diferente al que ahora vivimos como adultos. Lorena me ayudaba a estudiar, era mi amiga desde el jardín de infantes. Luis se agregó después, él se había mudado de Ramos Mejía a Flores, en la primaria iba a otra escuela. Nos hicimos amigos un verano en el Parque Chacabuco. Jamás nos separamos, por eso fuimos juntos a la secundaria. Éramos tan unidos que un día, cuando el gordo Nico me gritó “judío de mierda”, Luis lo enfrentó. El gordo le daba trompadas por todos lados, Luis con los brazos cubriéndose la cara apenas podía defenderse, casi lo tiró al piso, entonces Lorena le pegó de atrás, el gordo quedó dolorido y ahí aprovechamos y le dimos una paliza de su abuela.
Cuando volví del kiosco, ya estaban arriba de la camioneta. Lorena empezó a preparar el mate mientas subíamos a la Richeri. La camioneta aceleró su marcha de manera continua y gradual, la ventanilla abandonaba el amplio paisaje de edificios. De pronto, la ciudad ya había quedado completamente atrás y el planeta se convirtió en un lejano horizonte de campos abiertos. Habremos estado en Cañuelas cuando paramos en una estación de servicios, bajamos al baño y las chicas compraron gaseosas. Luis, que también fue al baño, no me habló. Mientras él se lavaba las manos, yo ya me las había secado, me fui a la camioneta, sin esperarlo. Me quede mirando por la ventanilla.
Llegamos a una entrada donde había un cartel con el nombre de la estancia. El portón de la entrada era de madera, Lorena se bajó y abrió. Seguimos un sendero que rodeaba un monte hasta dar con las cabañas. En el fondo había una casa inmensa, un hombre de rasgos curtidos por la vida de campo nos esperaba. Se arrimó a la camioneta y, sacándose el sombrero, nos saludó. Estacionamos donde nos indicó, nos ayudó a bajar el equipaje mientras nos explicaba las actividades día por día.
Después del baño, nos llevó al comedor; atardecía. En la pared había estanterías que tenían frascos con mermeladas y escabeches, las mesas eran rusticas, con sillas pesadas que nos daban una sensación de estar en otro tiempo.
Al volver a las cabañas, me ocupé de acomodar las cosas mientras Luis y Vivian se ocupaban de asegurar el primer encuentro.
Las cabañas estaban frente a frente, pero la que Luis había arreglado para su cita clandestina estaba un poco más retirada, como yendo a la casa, frente al quincho, que no era muy grande, tenía una parrilla, mesas con las mismas características que las del comedor.
-Voy a dormir en el suelo -le dije.
-Estás loco, no, dormimos en la cama -me respondió.
Mientras se desvestía con naturalidad, dijo:
- Yo duermo liviana de ropa.
La miré disimulando, su cuerpo liviano me hacía sentir el calor del otro cuerpo que se erguía, y me contuve en la inmoralidad de la que era cómplice, me contuve como un beato y rato después me fue ganando el sueño.
Me levanté temprano, después de lavarme los dientes y de cambiarme, fui al quincho. En la mesa había un desayuno que no era al que yo estaba acostumbrado. Al rato llegó Lorena, me preguntó si había descansado bien, después hablamos del programa del día.
–Hoy vamos a pasear por el bosque, vamos a pasar el día a la orilla del rio.
-¿A la orilla del rio? -pregunté.
-Sí, vamos a pescar. El asado lo hace el guía, nos lleva en un carro tirado por caballos -me tomó de las manos-. Dale, Norman, ponele ganas. Sé que no te gusta salir de tu bulín, pero mirá el día, está perfecto.
Terminamos el desayuno y volví a la cabaña a buscar los cigarrillos. Luis, que me esperó para regresar al quincho, me dijo:
- Tenes que entretener a Lorena, en un momento tenemos que quedar solos.
El guía, que se llamaba Braulio, manejó el carro. Nos llevó por un túnel de árboles hasta llegar a un recodo del rio que tenía una suerte de playa tapizada de césped con pinos añejos. Donde Braulio detuvo el viaje, Vivian preparó la caña con el anzuelo encarnado con lombriz. La arrojó al rio, la colocó en el posa caña y se sentó en el piso. Aprovechó la espera para pasarse crema. Lorena, desde la sombra, le dijo, levantando la voz:
–Te lo robo un rato, voy a caminar por el bosque con tu novio.
–No hay problema, no creo que Luis me coma -respondió.
Caminamos un rato en silencio. Los pájaros y las chicharras le daban vida al espeso monte. Los rayos del sol se filtraban encandilándonos. Al cabo de unos diez minutos, llegamos a la orilla del rio. Esa parte no estaba tan cuidada, había unos pastos bastantes altos y sobretodo muchas cortaderas. Nos arrimamos bien a la orilla. Ella se sentó y, mientras miraba el agua, me dijo:
- Estamos grandes para estos juegos.
- ¿Qué juegos? -pregunté.
- Mirá, Luis es muy obvio y vos no sabes mentir, la pureza que te caracteriza no lo ha permitido nunca. A mí no vas engañarme, esa putita no puede ser tu novia, se nota de lejos.
Y me tomó de la mano.
-Fuiste mi mejor amigo. Por momentos, tuve ganas de hacer un escándalo; no por vos, por lo hijo de puta que es Luis con vos, con vos y conmigo.
Me abrazó como si mi cuerpo vulnerable estuviese totalmente asexuado. Su perfume tenía la gloria de los amantes impregnado en su cuerpo de mujer. Fue ella quien empezó, con su aliento de rosas sellando mis labios, y, por un impulso extraño, mis manos acariciaron torpemente sus senos mientras su corpiño la desnudaba y me desnudaba con la rapidez de una cazadora, al tiempo que caíamos envueltos por el fuego de nuestro sexo, rodando locamente por un colchón de pasto cual Adán y Eva pecando, comiendo el fruto de nuestro saber más íntimo. Luego, la furia de un volcán arrasó con todo lo bello que fue ese eterno instante y nos quedamos desnudos, tirados boca al cielo, que era un poco más espléndido. Ella me acaricio la cara con su cuerpo pegado al mío, amigos y amantes engañando al engañador.
La tarde llegó a su fin, Braulio preparó el regreso, el asado le había salido perfecto. Durante el almuerzo, Luis hizo algunos chistes, Lorena y yo reímos distendidos. El regreso fue por el mismo camino, desandando un viaje que ya para mí no tenía regreso, desandando un día que jamás volvería, que sería un pasado al que solo retornaría por la autopista de mi memoria.
-Hermoso, pero ahora al baño y dormir -dijo Luis, y cada uno marchó donde las mujeres por separado marcharon.
-Nos salió perfecto todo, este juego de trampas es excitante, me vuelve loca -dijo cuando ya estábamos en la cabaña.
-Por fin todo terminó, ya me había cansado de esta farsa.
- Lorena no está nada mal, es veterana y se conserva bien. Es mujer con todas las letras.
-Es el ángel, es mi hada, es mi mejor amiga -le respondí.
-Decime la verdad. ¿Sos de los que no cogen con las amigas?
-Soy de los que creen en el amor, y soy ese al que el amor lo olvidó, ese que se quedó mirándola correr detrás de las mariposas con sus trenzas al viento.
-Ese adolescente que le escribió mil poemas -agregó.
-Ese mismo tonto que te mira joven y linda y que toca sin las manos, ese que te hará un personaje en su soledad.
- Es lindo lo que decís, Norman. ¿Nadie te dijo que tenés la pureza de un santo?
La conversación no llego a su final porque, entre besos y besos, caímos en la cama. Ella encima de mí, me hacía tocar el infierno al tiempo que me decía:
-Norman, soy un lindo cuento, uno lindo y desacabellado.
-Sí, un cuento, un cuento al mejor postor -le susurré y después de terminar me dormí a su lado.
Me desperté con la mañana en la ventana y fui a buscar a Lorena, apenas con los dientes lavados. La encontré caminando sola.
-No me pidas perdón, la culpa no es tuya -me dijo.
- Recuerdo las tardes en el parque, los cuentos de Cortázar, vos y yo a solas, cómo me gustaba cuando me lo leías con esa entonación exacta para cada párrafo, pero lo que más recuerdo es ese cuento, “Todos los fuegos el fuego”. Qué loco, cómo la ficción se adelanta a la realidad y, sin darnos cuenta, vivimos una novela o un cuento.
-Me muero de vergüenza, le dije a Luis que no iba a resultar -respondí.
-Ya es tarde para arrepentirse, nada vamos a remediar, lo que pasó es lo que tenía que haber pasado: tenía que quedarme con el poeta y no con el aventurero; con vos, el judío del 23, delgado y de pelo corto; con tu mirada marrón, de ojos tristes. Así te amé, Norman, y es ese el recuerdo que me lleva a sentir una nube de mariposas en la panza; por eso te entiendo cuando paséas por Flores como un bohemio.
- Poeta, narrador y bohemio, es eso lo que soy -le dije.
-Un hombre encantador, por eso te quiero -respondió.
-Pero yo no te puedo ofrecer mi bohemia. Mi hogar es ese cuartucho de Cuapaligüe. Pilas de papeles y desorden, ese soy yo y así me gusta vivir.
-¿A que le temés poeta? -me preguntó sonriendo.
-Es eso lo que vengo buscando en mis cuentos y poemas.
En mi retina estaba el recuerdo de sus senos, que los cubría con el corpiño, yo sin atreverme a ayudarla, ella tapando su piel parte por parte, oscureciendo su cuerpo de ropa hasta que se convirtió en esa Lorena que conocía desde siempre.
De pronto, la miré y le dije con total firmeza:
-Al amor, le temo al amor.
Ella sonrió y me tomó cariñosamente la mano. Sentí que mi sangre se entibiaba, sentí que había dejado de ser el que era apenas unas horas antes. El orden se había subvertido; el plan perfecto, en donde Luis tenía la certeza de tener el control de la situación, se había descontrolado y en esa desprolijidad los corazones iban encontrando el lugar anhelado.
De regreso manejó Lorena. Braulio nos saludó reboleando el sombrero, con una sonrisa emotiva, quizá porque “lo importante no es que venga, sino que vuelva Lorena y a Luis se los notaba algo distanciados en los primeros kilómetros. Vivian, que iba a mi lado, me tocaba por abajo mientras yo pensaba en una resma de hoja y en mi vieja Olivetti escribiendo, escribiendo sin parar.
El abrazo de Luis dio por concluida una jornada perfecta, baje los bolsos en la vereda, no la invité a entrar. Vivian subió a un taxi, mientras se alejaba pensé, que se había convertido en un personaje, de un cuento, donde había una escena en la que meaba mi máquina de escribir. En tanto Lorena, la perfecta mujer, la que acariciaba cada poema que escribí con su voz susurrante, estaría siempre ahí, a un paso de mis sensaciones.
No los vi por quince días; en realidad, no los quería ver. Tenía que ordenar mi cabeza, las decisiones no se toman a las apuradas, quería ser prudente, en estos casos siempre está la posibilidad de un nuevo intento de arreglar las cosas. Lo cierto es que ya no había amistad.
Pero una tarde alguien llamó a la puerta de mi casa. Cuando la abrí, estaba ella, parada con valijas cargadas de libros, mirándome. Sonrió y me dijo:
- Vamos, Norman, recorramos el mundo hasta envejecer.
-¿Y tu vida? -le pregunté.
-Está en esta valija -me contestó.
-¿Y Luis?
-Le costó entender, pero lo que se terminó, nos terminó.
-¿Por dónde empezamos?
-¿Qué te parece si empezamos por el parque?
-Buena idea. Pasá, me cambio y salimos. Pasá que el tiempo ahí afuera nos vuelve más viejos. Pasá que los dioses mueren por el final de nuestra historia.
EDUARDO TULA
Nacido en la maternidad Sarda capital federal. A la edad 5 años fue con su familia a vivir a la ciudad de Las Breñas Pcia del Chaco.
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