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ALEJANDRO CANNIZZARO


Tal vez este viaje no se termine nunca


Aceleró. Las ruedas se aferraban al asfalto y el viento silbaba sobre la rendija de la ventana apenas abierta. A él le gustó dejar ese pequeño espacio. Quería dejarse arrastrar por el viaje. Viajar de manera integral. Más allá de la literalidad de la palabra viajar. No quería viajar en el sentido de trasladarse de un sitio a otro; sino más bien deseaba estar inmerso en un movimiento que le permitiese desconectarse. Cómo desaparecer, pero…. Como están, sala amarilla como están ¡Muy bien! Cómo están las salas amarillas como están. Muy bien. Haremos lo posible para ser buenos amigos cómo están sala amarilla cómo están. ¡Muy bien! La niña clamaba estrofas desde el asiento adaptado para infantes, que como un conjuro, o una maldición lo encadenaban a su realidad. 

Al costado de la ruta el pasto crecido, oscilaba. Las nubes grises, arriba oscilaban. El acoplado del camión parecía moverse en cámara lenta ¿A qué velocidad viajaba el auto? La aguja rebasaba los 140 kilómetros por hora. Como están, sala amarilla como están ¡Muy bien! Cómo están las salas amarillas como están. Muy bien. Haremos lo posible para ser buenos amigos cómo están sala amarilla cómo están. ¡Muy bien!

Tal vez pudo chocar. Es decir, no podía chocar porque debía garantizar la salud de su hija. Ese era su compromiso máximo. Entonces tal vez pudo chocar la mitad. Es decir, maniobrar de tal manera de generar un impacto que termine con su vida y no con la de su hija. Pero nunca habia sido habilidoso para manejar. Es decir, nunca había sido habilidoso. Incluso para otras cosas que no sean manejar. Finalmente, sobrepasó al camión. Achinó los ojos para poder leer las letras blancas del cartel verde en la ruta. Buenos Aires 730 kilómetros. Qué raro, pensado. Hubiese jurado que el cartel anterior decía Buenos Aires 690 kilómetros. “Es como si hubiera estado viajando hacia atrás”, dijo casi a los gritos. Como están, sala amarilla como están ¡Muy bien! Cómo están las salas amarillas como están. Muy bien. Haremos lo posible para ser buenos amigos cómo están sala amarilla cómo están. ¡Muy bien!

La migraña arrancó por encima del ojo derecho y pronto se rompió de forma lateral a la altura de la oreja, y ahí se encendió un zumbido, también del lado derecho. Unos pequeños arbustos y tierra y unos pequeños arbustos y tierra. Algunas piedras muy grises, parecían intercalarse del otro lado de las ventanas. Apenas asomó la palabra desierto en su mente, le ardió la lengua y la garganta se volvió nudo. Intentó pedirle a la pequeña cantimplora a su hija, pero su boca no se movió. Se contorsionó y estiró el brazo derecho hacia atrás sin soltar el volante ni dejar de pisar el acelerador. Sintió el frío metálico y presionó con su mano. El auto se torció cuando la rueda pisó la bancada y él tuvo que hacer fuerza contra presión para incorporarse. Lo preestablecido. Enderezó el auto sin soltar el pequeño termo. Tal vez, fuera más habilidoso de lo que esperaba. Como están, sala amarilla como están ¡Muy bien! Cómo están las salas amarillas como están. Muy bien. Haremos lo posible para ser buenos amigos cómo están sala amarilla cómo están. ¡Muy bien!

¿730? ¿Qué decía el cartel? Le preguntó a su hija que aún no había aprendido a leer. Que inconsciente habia sido. La paternidad no vino con manual de instrucciones, pero él tan seguro de sí mismo, tan confiado, tan pelotudo, le juró a su mujer que podía hacerlo. Que estaba preparado. No puede ser tan dificil, le habia dicho. Cómo si hubiera estado hablando de encender el lavarropas ¡Qué pelotudo! Como están, sala amarilla como están ¡Muy bien! Cómo están las salas amarillas como están. Muy bien. Haremos lo posible para ser buenos amigos cómo están sala amarilla cómo están. ¡Muy bien!

Luego de la separación todo se había desbarrancado. Bueno, todo no, él se desbarrancó. Su ex mujer tiene una nueva pareja. Venta con un hombre alto. Es lindo y tiene pelo brillante. Es medico. Él es quien está solo. Bueno solo no. Con su hija, pero no todos los días. Había diagramado con su mujer. Con su ex mujer, un riguroso sistema de visitas. Al finalizar el periodo escolar, pasó navidad con su madre y año nuevo con él. Comieron pizza, pan dulce y helado y miraron una película de dibujitos. Las últimas tres semanas de enero, su ex y ese doctor de mierda se fueron con la chiquita a las Cataratas. ¡Papá las Cataratas son hermosas!, le había dicho con una sonrisa plena y dientes chiquitos. Ahora que había llegado febrero, le tocaba a él llevarla de viaje.

La camisa se le había pegado a la espalda. Estaba húmedo. Las gotas de sudor que aparecieron tímidamente, ahora caían como de una canilla mal cerrada. La niña había adquirido la costumbre de patear el respaldo del asiento delantero siguiendo el ritmo. Como están, sala amarilla como están ¡Muy bien! Cómo están las salas amarillas como están. Muy bien. Haremos lo posible para ser buenos amigos cómo están sala amarilla cómo están. ¡Muy bien!

Tal vez con los anteojos del sol podría ver el cartel con claridad. Es que el reflejo del sol ocultándose y el naranja del cielo, le perturbaban mirar con nitidez de las letras blancas. Pero antes de que logre sacar los Ray-Ban de la guantera del auto, ya había rebasado el cartel ¿Buenos Aires 730 kilómetros decía? ¡Qué mierda está pasando! Gritó una serie de consonantes que juntas no conformaban palabras. Bajó la ventanilla y tiró los Ray-Ban. 

Este era el primer verano que le siguió al divorcio. Le había prometido a la niña un viaje a Buenos Aires. Le había prometido llevarla al Planetario y al Museo de los Dinosaurios y al teatro a ver a Mickey Mouse patinar sobre hielo. Le había prometido llevarla a casa de su abuela ¿Tal vez pudo dejarla ahí y seguir viaje unos días solo? Se hizo un blanco de unos segundos ¿Qué son esas ideas? Hay que ser responsable, se reprochó. Rebasó dos carteles más. ¿Decían 730? ¿Cómo iba a seguir un viaje solo, si ya no estaba solo? Es que ser padre es un viaje que no se termina nunca.


ALEJANDRO CANNIZZARO

Alejandro Cannizzaro nació en Buenos Aires hace 46 años. Actualmente vive en Puerto Madryn, escribe desde que puede. Trabaja como periodista científico y en 2022 publicó su primer libro de cuentos, El Inconsciente.


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