Tú que miras el horizonte extrañada
tras un mar de lágrimas esclavas.
Miras el océano de llanto que te atrapa
acaso intuyendo que te llama.
Y en el cielo muerta una palabra
de nubes de esperanza dibujada:
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Acaso anhelas esas tierras
que te sueñan en silencios de esmeralda,
que desglosan en siluetas tu mirada.
Las cadenas te aprisionan como dagas,
las estacas que los hombres desparraman
por la sagrada ley que tu sangre paga.
Pero sientes los ecos de tu selva
en los muros negros de tu espalda;
pero ves las aves agitar sus alas
como una niña en tu vientre agazapada.
Acaricias un sueño sin mañana
y la luna triste con sus marcas
te recuerda el látigo que enmudece tus palabas.
¡Libertad! ¡Libertad! Te clama.
¿Qué derecho tienen sobre el alma
esos seres siniestros que te enjaulan?
¿Qué centímetro de tu piel morena
es la quien ante ellos te delata?
Te hablan. No entiendes.
Te gritan. Callas.
¿Qué sonidos recuerdan sus gargantas
que no son tambores ni ritos de magia?
Tu sonrsa surca un mundo de añoranza
en tu rostro virgen de africana.
Si tu ley era correr con ganas
por praderas y campos de plata
y tu yugo no era más que la esperanza:
¡Libertad! ¡Libertad! Te clama.
¿Qué entenderán ellos de las leyes del alma?