La mañana pasa lentamente,
casi sin hacer ruido,
despacio, sigilosa.
Yo sigo clavado en la silla
del café mirando,
pensando qué hacer,
debatiéndome entre
la angustia y la culpa,
en un mar de indecisión,
en un océano de desesperanza.
Quisiera salir, gritar, alejarme,
perderme,
no tener sueño, ni pasado,
ni ayer, ni memoria;
pero lo tengo y no lo soporto
y no lo entiendo.
Y me voy y me alejo
y me pierdo y me abandono
y desespero y perezco y me voy
y no sé nada nada
nada nada nada.
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