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JUAN AGUZZI


Lo que había


La fábula era 

un simulacro de tensiones 

en ese patio embaldosado

de soldaditos

y paredes carcomidas y sol 

hasta las tres

donde no había dioses,

sobraban enemigos,

y el corazón se henchía

cuando de ellos daba cuenta.

Emprendía las batallas 

sin que me importase que fueran

útiles a mis propósitos

ya que sólo esgrimía 

como evidencia de primera mano

el juego emboscado 

por un placer sin límites.

***


Fantasmas en la galería


Al llegar esperaba ver a los fantasmas 

en la casa de campo rodeada de álamos.    

Miraba desde la galería 

hasta que los ojos le dolían.

Su respiración se agitaba ante los movimientos

vagamente iluminados en la penumbra. 

Allí llegaba con su padre, curioso 

por conocer la vida fuera de la ciudad. 


El mandamás del lugar señalaba los defectos 

de la gente que lo servía, y emplazaba sus vidas 

como un bastonero. 

Chasqueaba los dedos para que se acerquen 

y los sacaba corriendo con la lava ardiente

de sus reproches. 


Detestaba a ese hombre con pañuelo al cuello

anudado con un rubí cuando a su padre

le indicaba cómo tratar a la peonada.

Sus frases eran latiguillos intolerables 

y él prefería volver al fresco, 

a la caja oscura de la galería. 


Otra vez a las facciones inciertas,

a las curvas blancas como de yeso

volviéndose cenizas sobre la tierra.

Los árboles parecían de otro mundo 

y su perfume penetrante

entibiaba su desazón. 


En esa tierra de distancia infinita

al horizonte lo asaltaban

las vaquitas y terneros asomando 

sus cabezas sobre los corrales.

No comprendía cómo tanto mundo 

era de una sola persona. 


Había también casuarinas coronadas de nidos

una antigua fuente de piedra con el agua

fresca declinando, los sauces meciéndose

en el ardor del mediodía, la divinidad

de una niña acariciándose las trenzas 

que con sus ojos lo encendía. 


Atravesaba la glorieta empapada 

se perdía en un túnel de sombras

flotando en la reverberación:

su cabecita loca pensando 

qué otra invocación bastaría

para que los fantasmas cumplieran su tarea. 


Porque algo inexorable lo hacía ver al hombre

con pañuelo y rubí aleteando

como buitre hambriento 

delante de la piecita de la niña con trenzas.

Y él volvía a invocar a esos fantasmas 

pero temía que como los sauces, 

las vaquitas y la fuente de piedra, 

tuvieran el mismo dueño. 

***


Antes del final


Antes que la urdimbre del terror

desplegase sus hilos

y trajera el espanto

desmembradas las familias, ellas y ellos

sus brazos, sus piernas, sus hijos 

¿había algo que impedía escuchar

el rugido de la sangre?

En los subterfugios con que nos valíamos

para decir que una patria sería socialista o no sería,

¿había confianza en el valor?

¿había una espera, una inquietud?

¿quiénes hablaron desde un púlpito lejano?


El juramento fue un acto

de desesperación, 

el manifiesto de que nuestras creencias, 

nos harían escapar de otra derrota, 

sin embargo, a poco tiempo nomás,

nos aniquilaron la iniciativa

y las más atendibles de las razones

para abrazar esa patria.

***


Una trama


Abrazado por el escalofrío 

de las noches sin calma

quise describir

los vestigios de una experiencia

mortalmente herida

con sangre desparramada

luego de haberse producido 

el íntimo dolor.

Y si yo estuve allí, 

me dije

esquivando los aullidos

de los que antes que el terror 

de una máquina

destrozara sus cuerpos

me dijeron sus nombres

para que los lleve conmigo

hasta el último aliento.

***


El muelle


Pienso en ese tronar del barco carguero

en las olas derramadas sobre los viejos muelles

negros y carcomidos aunque vigorosos 

sobre cuyas maderas prendíamos un fuego

para calentar nuestros interiores 

húmedos de anfeta, transpirados y descoloridos

horadados por la prisa en un cónclave armonioso

con tiempo detenido, venas hinchadas y cosquilleantes

mientras el viento desdibujaba

las lucecitas del barco y me aventuraba a las frases 

que me sostenían 

para ponerme a correr con palabras audaces

en una prisión de agujas enjuagadas en las olitas marrones

que besaban los pilares del muelle mientras

el barco echaba a andar y las lucecitas

se volvían intermitentes 

y la gloria del cielo se iba tras su estela 

y miraba mis pies polvorientos

porque habíamos caminado mucho 

intentando imaginar el futuro

pensando que esas palabras

estaban cosidas

a nuestra piel

y pienso en todos esas noches 

en ese esfuerzo exagerado 

por convertirme en un guerrero

que lidiara contra las penurias por venir 

que son 

las que a veces me alcanzan, 

e igual que antes

el corazón me late a mil.


El muelle y las agujas ya no existen

pero todavía aquellas palabras audaces

cosquillean en mis venas.

***


Un poema de amor


Quise hacer un poema de amor

para olvidar 

que fui condenado 

y una mano oscura

me rozó la cara.


Armé las frases con delicadeza

calenté el fuego

para entibiar años mustios

acomodé en palabras 

las cicatrices.


Hubo algunas sonrisas, 

espejos confortantes

una espalda bondadosa 

para esperar que nada 

fuera falso ni vacilante.


Pero la lucidez no hacía otra cosa

que restaurar el vacío

todo estaba vivo pero perdido

a las ausencias las movía

un vien

to de sabor amargo.


Ay¡ entonces

en esta oda al amor 

ni siquiera aleteó

el ruiseñor de Huidobro

y me pregunté si otra vez

fracasaría como un niño

para rescatar del dolor 

a un animal moribundo.


JUAN AGUZZI

Es periodista cultural, poeta, editor, crítico y escribe en medios y libros sobre literatura, cine y música. Publicó poesía en compilaciones y en 2023 el libro de poemas “Mar de fondo”. Es coautor del libro La Rosa Trovarina (historia literaria de la Trova Rosarina). Fue integrante del colectivo cultural de intervenciones artísticas Cucaño (autor y editor de los fanzines que allí se producían) y cofundador y editor de la revista de cine El Eclipse. Fue secretario de Capacitación y Cultura en el Sindicato de Prensa Rosario. Trabaja en el diario El Ciudadano desde hace 25 años. Allí fue editor de Espectáculos y Cultura, y en la actualidad coordina una página de cultura.

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