Lo que había
La fábula era
un simulacro de tensiones
en ese patio embaldosado
de soldaditos
y paredes carcomidas y sol
hasta las tres
donde no había dioses,
sobraban enemigos,
y el corazón se henchía
cuando de ellos daba cuenta.
Emprendía las batallas
sin que me importase que fueran
útiles a mis propósitos
ya que sólo esgrimía
como evidencia de primera mano
el juego emboscado
por un placer sin límites.
***
Fantasmas en la galería
Al llegar esperaba ver a los fantasmas
en la casa de campo rodeada de álamos.
Miraba desde la galería
hasta que los ojos le dolían.
Su respiración se agitaba ante los movimientos
vagamente iluminados en la penumbra.
Allí llegaba con su padre, curioso
por conocer la vida fuera de la ciudad.
El mandamás del lugar señalaba los defectos
de la gente que lo servía, y emplazaba sus vidas
como un bastonero.
Chasqueaba los dedos para que se acerquen
y los sacaba corriendo con la lava ardiente
de sus reproches.
Detestaba a ese hombre con pañuelo al cuello
anudado con un rubí cuando a su padre
le indicaba cómo tratar a la peonada.
Sus frases eran latiguillos intolerables
y él prefería volver al fresco,
a la caja oscura de la galería.
Otra vez a las facciones inciertas,
a las curvas blancas como de yeso
volviéndose cenizas sobre la tierra.
Los árboles parecían de otro mundo
y su perfume penetrante
entibiaba su desazón.
En esa tierra de distancia infinita
al horizonte lo asaltaban
las vaquitas y terneros asomando
sus cabezas sobre los corrales.
No comprendía cómo tanto mundo
era de una sola persona.
Había también casuarinas coronadas de nidos
una antigua fuente de piedra con el agua
fresca declinando, los sauces meciéndose
en el ardor del mediodía, la divinidad
de una niña acariciándose las trenzas
que con sus ojos lo encendía.
Atravesaba la glorieta empapada
se perdía en un túnel de sombras
flotando en la reverberación:
su cabecita loca pensando
qué otra invocación bastaría
para que los fantasmas cumplieran su tarea.
Porque algo inexorable lo hacía ver al hombre
con pañuelo y rubí aleteando
como buitre hambriento
delante de la piecita de la niña con trenzas.
Y él volvía a invocar a esos fantasmas
pero temía que como los sauces,
las vaquitas y la fuente de piedra,
tuvieran el mismo dueño.
***
Antes del final
Antes que la urdimbre del terror
desplegase sus hilos
y trajera el espanto
desmembradas las familias, ellas y ellos
sus brazos, sus piernas, sus hijos
¿había algo que impedía escuchar
el rugido de la sangre?
En los subterfugios con que nos valíamos
para decir que una patria sería socialista o no sería,
¿había confianza en el valor?
¿había una espera, una inquietud?
¿quiénes hablaron desde un púlpito lejano?
El juramento fue un acto
de desesperación,
el manifiesto de que nuestras creencias,
nos harían escapar de otra derrota,
sin embargo, a poco tiempo nomás,
nos aniquilaron la iniciativa
y las más atendibles de las razones
para abrazar esa patria.
***
Una trama
Abrazado por el escalofrío
de las noches sin calma
quise describir
los vestigios de una experiencia
mortalmente herida
con sangre desparramada
luego de haberse producido
el íntimo dolor.
Y si yo estuve allí,
me dije
esquivando los aullidos
de los que antes que el terror
de una máquina
destrozara sus cuerpos
me dijeron sus nombres
para que los lleve conmigo
hasta el último aliento.
***
El muelle
Pienso en ese tronar del barco carguero
en las olas derramadas sobre los viejos muelles
negros y carcomidos aunque vigorosos
sobre cuyas maderas prendíamos un fuego
para calentar nuestros interiores
húmedos de anfeta, transpirados y descoloridos
horadados por la prisa en un cónclave armonioso
con tiempo detenido, venas hinchadas y cosquilleantes
mientras el viento desdibujaba
las lucecitas del barco y me aventuraba a las frases
que me sostenían
para ponerme a correr con palabras audaces
en una prisión de agujas enjuagadas en las olitas marrones
que besaban los pilares del muelle mientras
el barco echaba a andar y las lucecitas
se volvían intermitentes
y la gloria del cielo se iba tras su estela
y miraba mis pies polvorientos
porque habíamos caminado mucho
intentando imaginar el futuro
pensando que esas palabras
estaban cosidas
a nuestra piel
y pienso en todos esas noches
en ese esfuerzo exagerado
por convertirme en un guerrero
que lidiara contra las penurias por venir
que son
las que a veces me alcanzan,
e igual que antes
el corazón me late a mil.
El muelle y las agujas ya no existen
pero todavía aquellas palabras audaces
cosquillean en mis venas.
***
Un poema de amor
Quise hacer un poema de amor
para olvidar
que fui condenado
y una mano oscura
me rozó la cara.
Armé las frases con delicadeza
calenté el fuego
para entibiar años mustios
acomodé en palabras
las cicatrices.
Hubo algunas sonrisas,
espejos confortantes
una espalda bondadosa
para esperar que nada
fuera falso ni vacilante.
Pero la lucidez no hacía otra cosa
que restaurar el vacío
todo estaba vivo pero perdido
a las ausencias las movía
un vien
to de sabor amargo.
Ay¡ entonces
en esta oda al amor
ni siquiera aleteó
el ruiseñor de Huidobro
y me pregunté si otra vez
fracasaría como un niño
para rescatar del dolor
a un animal moribundo.
JUAN AGUZZI
Es periodista cultural, poeta, editor, crítico y escribe en medios y libros sobre literatura, cine y música. Publicó poesía en compilaciones y en 2023 el libro de poemas “Mar de fondo”. Es coautor del libro La Rosa Trovarina (historia literaria de la Trova Rosarina). Fue integrante del colectivo cultural de intervenciones artísticas Cucaño (autor y editor de los fanzines que allí se producían) y cofundador y editor de la revista de cine El Eclipse. Fue secretario de Capacitación y Cultura en el Sindicato de Prensa Rosario. Trabaja en el diario El Ciudadano desde hace 25 años. Allí fue editor de Espectáculos y Cultura, y en la actualidad coordina una página de cultura.
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