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NATALIA ARTIGAS

 Mi declaración 


-Y cuando vi sus ojos cerrarse, lo supe.

-¿Qué supo? ¿qué supo? ¿Que si se quedaba callado íbamos a adivinar la verdad?

-Señor, yo llevo la mitad de mi vida acá adentro injustamente ¿y usted merece estar enojado? Lo supe, supe que el viejo tenía razón, no importan las verdades, ni los responsables, los pobres siempre tenemos la culpa.


Juan Martín Soliz fue condenado 20 años a prisión por el homicidio de la abuela del ExSenador de la Pcia de Bs As, Mariano López.

En ese entonces las declaraciones del funcionario fueron: “se hizo justicia”.

El joven condenado declaró que él era enteramente responsable, que un vecino le comentó que la casa de la abuela estaría vacía, que él solo iba a entrar a afanar. Estas declaraciones alteraron a los presentes. Juan solo tenía 20 años. Sus padres y hermanos, permanecieron en silencio pero allegados, dicen que tenía malos hábitos: “Todos sabemos que es dueño de lo ajeno y esta vez le salió mal”.

“Y Don, por el barrio se sabe que el Juan andaba en el afano. Para nosotros no hay muchas opciones: laburás y estudias para salir de acá, o… afanás, te porreas hasta reventar… No tenemos muchas opciones. Vas a buscar laburo, decís que de dónde sos y listo: no te llaman.

En casa siempre hubo una sola opción: laburar, mi viejo era un laburante que en el 2.001, la pasó mal y bue, terminamos acá. Él hizo el secundario, tenía su pizzería pero…¿vio lo que son las cosas de la vida? Entonces siempre nos dijo: vos laburá y estudiá, enseñale a la gente las cosas buenas que puede, haber en este nido de lauchas. Y yo laburo pero en negro. Y a la noche estudio en el terciario del otro lado del puente. Cuando termine la tecnicatura, me voy a la universidad a estudiar ingeniería. Perdón, perdón, me fui de tema. Pregunte, pregunte…

-Y les sorprendió lo de Juan?

- La verdad? Todos sabíamos que …bue…lo que le dije, pero matar a una vieja? No sé, si no era capaz ni de matar una laucha, pero la capacidad de sobrevivencia, acá eso es lo único con que contamos.

-Se drogaba?

-No, el juan no. A veces se emborrachaba los sábados, pero nada más. Él siempre fue fuerte, como que toda esta mierda no le afectaba tanto. Era como si se sintiera cómodo. A él no le molestaba que la gente lo mire mal por ser de la villa. Tardó en empezar a robar, teníamos esperanzas de que saliera de acá. Pasa que la familia no lo acompañó. Él se rateaba de la secundaria y nadie le decía nada, lo cagaban a palo. Yo llegaba a faltar y mis viejos me hablaban, hasta que me cansé y terminé diciéndoles cuando no iba a estudiar, entonces tomábamos mate en la puerta de casa con los pibes.

Pero a Juan le pegaban lindo. Hasta que un día él se enojó y estuvo 2 noches durmiendo en los pasillos del barrio. Ahí empezó a afanar. Cuando volvió a la casa los padres le decían, bah, lo sermoneaban una vez y listo. Y eso le hizo peor que las palizas. Nos contaba que estaba harto de todo. Pero el Juan era blandito. En Navidad no teníamos plata para cohetes caros, entonces comprábamos fósforitos y él se enojaba porque reventábamos sapos, cosa de mocosos, pero el Juan era incapaz de hacerle daño a un bicho y de dejar en banda a un amigo. 

Me acuerdo cuando el Manuel se pasó con las drogas y terminó internado. Juan estuvo los dos días con él. 

Siempre fue buen pibe, pero acá donde están tan lejos las oportunidades, donde casi no se ve el horizonte, uno a veces se cansa de luchar para poder ver futuro. Y más cuando los tuyos no te acompañan.

El padre de Juan afanaba, aparte de surtirlos a palos, hasta que un policía le pegó un tiro en la pierna y quedó mal. 

Cuando Juan empezó a robar, cambió, no sé, se volvió… dejó de juntarse con nosotros. A mí me saludaba de lejos. Los pibes dicen que no quería contaminarme. Y yo seguí estudiando. Lo veía de vez en cuando los sábados pero ya no me saludaba.

Cuando me hicieron esa entrevista, Juan Martín Soliz, comenzaba a cumplir su condena. Yo era joven y hablaba mucho. 

A los 5 años fui a visitarlo. Cuando me vio fue como hacía 10 años atrás, nos abrazamos y le pedí perdón por haberlo dejado que se aleje, pero en realidad me arrepentí de dejarlo solo. 

Nos sentamos, hablamos de su madre, de que el padre venía a verlo seguido. Los hermanos ya no viven en el barrio. Y detrás de todos esos tatuajes y cicatrices, pude divisar al pibe que se negaba a reventar sapos, que rechazaba cuando le invitaban porro, que de vez en cuando se tomaba hasta el agua de la zanja, al pibito que nos contaba los días que el padre pasaba sin dirigirle la palabra.

Y aunque parecía que entre él y yo había un abismo de distancia en un silencio breve, lo miré a los ojos y le dije: “Flaco, mi viejo murió antes de ayer”. Y de repente éramos esos pendejos de 15 años que llorábamos por el Manuel. Me abrazó y lloró conmigo. Me sequé las lágrimas y lo cagué a pedos: “Boludo, ¿Qué haces aca?” Los ojos se le iluminaron, habré sido el único que tenía fé en él, todavía.

Me preguntó si me había recibido de eso que estaba estudiando. No quise contarle que hace 2 años estoy estudiando sociología, pero le dije que sí, ya trabajaba de técnico. 

Al mes siguiente volví a ir y después una vez a la semana. Pero la segunda vez que lo vi me contó que quería terminar la secundaria, para ser como yo: técnico.

Cuando me despidió me dio un abrazo y me dijo: “. Negro, no me dejés. Tengo solo 15 años para rehacer mi vida”. Quería volver a empezar ahí adentro. 

La tercera visita fue decepcionante. El Flaco estaba hecho bolsa: un ojo morado, el brazo quebrado, le faltaban dos dientes. Pero no le pregunté nada: a todos nos pasa que queremos cambiar nuestra vida de un segundo a otro y seguimos tomando las mismas decisiones. Cuando nos despedimos me dijo: “Negro, me dijeron que soy un asesino y me saqué. Perdoname, yo quiero cambiar.”

Le pregunté si necesitaba algo: ropa, remedio. Ese dia le lleve la radio de mi viejo. Le quise dejar guita y me la rechazó, entonces le dejé unos mangos al carcelero para que me lo cuide. 

Las visitas se hicieron un hábito pero cada una terminaba como la segunda: con una confesión, un pedido de ayuda, una declaración. Anotaba todo en mis agendas. Era como si nos escapásemos juntos de esa jaula, éramos libres por unas horas.

Yo no me animaba a contarle que me había enamorado, que había una mina que me enloquecía, pero él me conocía demasiado. Entonces un día me miró y me dijo: “¿Y vos? ¿sos puto? Con esa carita y esa billetera, minas no te deben faltar”.

Era como hablar con el viejo, hacía las preguntas indicadas y yo quedaba al desnudo. Siempre me alentaba, que yo era buen pretendiente y que un buen tipo y que unas flores y esa sonrisa completa, y así, hasta que me la creí. Y bué, la conquisté. Claro que antes hubo muchas, pero como ella, ninguna.

Cuando nos casamos yo quería que mi amigo estuviera. Hicimos trámites sin que él supiera, pero unos días antes desistí: ¿Y si él siente que le refriego mi felicidad?

Fui a visitarlo y cuando me despidió me dijo: “Flaco yo no voy a estar ahí, yo tengo otra responsabilidad, pero tu viejo te va a ver”

Volví de la luna de miel y me llamó el abogado de Juan para hablar conmigo. Me preguntó por qué no había terminado el trámite. Cuando le conté, pasó algo mágico: por primera vez, vi un abogado conmovido. Yo no entendía nada. Entonces me dijo: hace 20 días fui a ver a Juan y me dio orden de que no hiciera ese trámite, porque vos no ibas a querer que te vea siendo feliz, mientras él estaba encerrado. Y aunque seguí con el papeleo, a los días me llamaste para cancelar. Pensé que tenías vergüenza de invitar a un preso, pero supe que hay lazos más fuertes que los muros y barrotes más permanentes que la sangre, son un alma dividida en dos cuerpos.

Entonces me convencí que esto era mucho más que una simple amistad. Hablé con mi esposa y le dije que cuando tuviéramos un hijo, íbamos a enseñarle que, en un lugar oscuro y feo, hay alguien muy importante para su papá. Y ella, entendió todo. Cuando Mi amigo recibió el título secundario, fuimos a felicitarlo, lo acompañamos sin saber que María estaba embarazada.


NATALIA ARTIGAS

Mi nombre es Natalia Artigas, Nate para los que me conocen íntimamente. Nací en 1981 y viví toda mi vida en general Rodríguez, donde crecí, me eduqué y conocí gente maravillosa.

Me desempeño como profesora de matemática en distintas escuelas de mi ciudad, pero mi mejor trabajo es ser madre de dos hermosas criaturas que pintaron mis días de arcoiris. 

Hoy tengo 43 años. Podría decir que la mejor edad en la que puede estar una persona, pero aún me falta conocer el resto. Soy aficionada y amante de la escritura literaria, le doy a la palabra el valor de todas las cosas y disfruto creando historias, un poco reales un poco imaginadas, para darles vuelo.

2 comentarios:

  1. Espectacular historia!!! No podía parar de leerla. Gracias por compartir tu magia 😊

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  2. Gracias por la lectura y el comentario!!! Saludos!!!

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