Aquel rey era tan poderoso y temido que su palabra era Ley. Aun cuando sus mandatos rozaran el delirio o la extravagancia, sus súbditos cumplían a raja tabla sus órdenes. Un día decreto que nadie se riera, y nadie más rió. Otra vez, ordenó que nadie más hablara, y nadie más habló. Finalmente, dictó que nadie más respirara. Ese mismo día mataron al rey.